Tres centenarios
Si viviesen cumplirían 100 años. Joaquín Gallegos Lara (9/abril/1909-1947), Pedro Saad Niyaín (19/Mayo/1909-1982 y mi padre Pío López Lara, primo hermano de Joaquín (6 junio/1909-14/febrero/1985) fueron amigos íntimos. Se querían como hermanos pues, además, habían nacido en seguidilla de 2 meses.
Presencié sus tertulias en la buhardilla (estudio) del tercer piso de la casa-consultorio de su mecenas, el millonario tío doctor Julián Lara Calderón, principal accionista del Banco la Previsora que financiaba a su compadre Víctor Emilio Estrada.
Con sus colgantes e inútiles piernas, se hamaqueaba al ritmo de su hablar suave y persuasivo, interrumpido por sus sonoras carcajadas.
Soy dueño de la única acuarela que Joaquín pintó, a los 16 años. Nació con espina bífida que le inmovilizó desde la cintura. Padeció de disfunción eréctil. Su matrimonio con Nela Martínez nunca se consumó. Se deprimió, pues ella lo abandonó. Fue su fantasía romántica. Le gustaba oír “La Casada Infiel” de García Lorca que mi padre recitaba. Jamás fue a la escuela. Su políglota tío le enseñó inglés, italiano, francés, alemán y ruso.
Tataranieto de Francisco García-Calderón Díaz, (prócer de la independencia, fusilado por orden de Aymerich en Ibarra) y de la dama cuencana Tomasa María Mercedes Malo de la Peña.
Bisnieto de Joaquín Calderón Malo (n.1792), el primogénito, hermano mayor de Abdón Calderón Garaycoa (n.1804) y de Baltasara Calderón de Rocafuerte (n.1806)
Combatió al fascismo totalitario, enemigo de la libertad de expresión, como el que ahora me persigue.
Por sus ideas comunistas, le gustaba actuar como proletario y vestir como obrero. Era auténtico. Falso y perverso de que Joaquín era “amargado y de familia pobre”. Era alegre, romántico, sentimental y a veces melancólico.
En el feriado de carnaval de 1982, ante un pedido por la TV, acudí a la clínica Guayaquil a donar sangre para un desconocido. Mi sorpresa fue que había reticencia en algún familiar. Juan Tagle, yerno del enfermo, me expresó que no entendían cómo yo, Presidente de los industriales de Ecuador, fuese a donar sangre para Pedro Saad. Le expresé que mi gesto humanitario para un desconocido era mayor al conocer que ayudaría a salvar la vida del líder comunista, además amigo de mi padre.
Cuando entré para el operativo, alguien, que estaba también donándole, mencionó mi nombre. Era Eugenia Cordovez, cónyuge de León Febres Cordero.
Allá por 1954, después del debate público entre Emilio Estrada Ycaza y el Ministro Jaime Nebot Velasco, sobre el impuesto de un centavo a las gaseosas, ideado por mi padre Presidente de la Federación Deportiva de Guayas, para construir el estadio Modelo, y transformado en 10 centavos en el Congreso Nacional, Pedro Saad le prometió a mi padre, su amigo de la infancia que, para no votar en contra, se saldría del recinto. Y gracias a ese impuesto el país cuenta con los dos “colosos” de las Américas.
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