La ayuda externa
La semana pasada, los líderes del G-20 se propusieron en Londres triplicar los recursos del FMI (de 250.000 millones de dólares a 750.000 millones de dólares), aumentar en 250.000 millones de dólares los Derechos Especiales de Giro (DEG) del FMI, incrementar los recursos del Banco Mundial en 100.000 millones de dólares y darle a esta entidad 250.000 millones de dólares para que financie el comercio. Ellos aprobaron esa inyección de 1,1 billón de dólares ignorando la evidencia de que la ayuda externa no solo no ha demostrado ser un factor determinante para dejar la pobreza atrás sino que incluso puede retardar el desarrollo económico y la consolidación de gobiernos democráticos.
Se suele hablar de la “maldición de los recursos naturales” (cuando la riqueza en recursos naturales crea abundantes incentivos y oportunidades para la corrupción), pero es políticamente incorrecto hablar de la otra maldición que acecha a los países subdesarrollados: la ayuda externa. Sin embargo, vale la pena discutirlo ahora que habrá muchos fondos para repartir y una cola cada vez más larga de ministros alineándose para pedir su porción. Incluso ministros de gobiernos tan “soberanos” y críticos de las instituciones financieras internacionales. Por ejemplo, el Gobierno ecuatoriano espera recibir un préstamo de 500 millones de dólares del BID antes de diciembre, encima de los 150 millones de dólares que ya ha recibido este año.
Simeon Djankov (Banco Mundial), José Montalvo y Marta Reynal-Querol (Barcelona Graduate School of Economics) realizaron un estudio en el que compararon la “maldición de los recursos naturales” con aquella de la ayuda externa. El estudio incluyó a 108 países receptores de asistencia oficial (incluyendo a Ecuador) y comprendía el periodo de 1960 a 1999. Los autores indican que los recursos naturales y la ayuda externa comparten una característica: “Pueden ser captados por políticos corruptos sin que estos tengan que recurrir a medidas impopulares, y normalmente menos lucrativas, como la tributación”. En este estudio los autores descubren que la ayuda externa tiene un impacto negativo mayor que la dependencia del petróleo, y que las naciones que recibieron más ayuda como porcentaje de su PIB experimentaron el mayor empeoramiento en sus instituciones democráticas. Por ejemplo, entre 1992 y 1996 Zambia recibió 29,52% de su PIB en ayuda externa solo para obtener uno de los mayores retrocesos de entre los 108 países en su calificación de instituciones democráticas.
¿Qué tiene que ver esto con lo acordado en Londres la semana pasada? Mucho, puesto que se pretenden relajar (todavía más) los criterios para realizar los préstamos y de esta manera los gobiernos desarrollados terminarán regalándoles dinero a gobiernos que han demostrado capacidad de apropiarse de los recursos recibidos —por petróleo o en ayuda externa— sin beneficiar a la población en general.
El gobierno ecuatoriano es un ejemplo de esto: luego de gastar la bonanza petrolera (20.000 millones de dólares durante 2007-2008) sin rendir cuentas a la población ni estar sujeto a fiscalización alguna, el BID, la CAF, el FLAR y el Banco de Desarrollo de China están dispuestos a prestarle cuantiosas sumas supuestamente para combatir la crisis y eliminar déficits en la cuenta corriente.z
- 28 de diciembre, 2009
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