El origen del terrorismo islamista
La historia cuenta que cuando los moros dominaron España y parte de Europa, cristianos, judíos y musulmanes vivieron en paz y confraternidad. Se dice que fueron más tolerantes que los católicos y permitieron practicar su fe en libertad a los que habitaban en sus territorios conquistados.
Pero esa es historia medieval. El Islam de hoy es el culto a la intolerancia y la muerte. ¿A qué se debe ese cambio? Al Wahabismo, una arcaica, cerrada exégesis del Corán, que no es un libro de elevación espiritual, sino de guerra y odio, escrito por un individuo que siempre anduvo con el sable en la mano, como adecuadamente describió a Mahoma, Benedicto XVI, en su controvertido mensaje que generó protestas y actos de vandalismo del mundo islámico.
El tenebroso Islam moderno tiene su origen en el Wahabismo, que pregona una forma de vida semejante a la practicada por Mahoma el guerrero. Se inició a fines del siglo XIX en Arabia Saudita y de él se nutre La Hermandad Musulmana, la organización de la que derivan todos los grupos terroristas sunitas.
El Wahabismo es la corriente de mayor crecimiento del Islam, y es propagado principalmente por la familia real saudí, que invierte inmensas sumas en la construcción de mezquitas alrededor del mundo para catequizar a sus fieles a que se sumen a la Yihad. Su meta es imponer el Islam como la religión verdadera.
El Wahabismo inculcado a través de las insidiosas interpretaciones coránicas de los imanes, divulgado a través de los libros escolares de texto, y alentado por los gobiernos islámicos, es el causante del salvaje comportamiento de los musulmanes de hoy. No podrá existir convivencia pacífica con el Islam, mientras sus convicciones estén sojuzgadas a esa línea extremista.
El Islam es la tercera tendencia totalitaria heredada del Siglo XX junto al Nazismo y el Comunismo, pero tiene una gran diferencia con las otras dos: el Islam no es únicamente un pensamiento tiránico, es una religión.
El nacionalsocialismo y el comunismo son concepciones humanas, de manera que están sujetos a ser discutidos. Pero con el Islam no hay lugar a discusión, porque según sus fieles, el Corán proviene de la palabra de Dios y cuestionarlo es herejía.
La violencia es la esencia del islamismo wahabita, que optó por convertir a sus seguidores en asesinos en nombre de Alá. Consecuentemente, la única forma de acabar con las intenciones de dominación islamista y el terrorismo, es a través de la fuerza, en una guerra a la que deben unirse todos los no musulmanes.
Debido a que cuestionar una religión es lo más políticamente incorrecto que puede hacer una sociedad civilizada, el tema no es tratado con la crudeza ni determinación que demanda, y se desvía su debate a un nivel político y diplomático que no coincide con la realidad. Pretender apaciguar los ánimos de los ofuscados terroristas, es ilusorio, puesto que ellos están convencidos de que cumplen con una misión divina.
No se puede firmar ninguna paz a menos que se haya ganado una guerra, y estamos viviendo una guerra santa, no declarada y desigual, donde los atacantes no usan uniforme, se encapuchan cobardemente, no se identifican con ninguna nación específica, ni tienen motivos comprensibles que justifiquen su actuar. La obsesión de los muyahidines obedece a un depravado concepto de Dios que excede la lógica y la decencia.
Para que la guerra sea equitativa, los responsables de promover el terrorismo: Arabia Saudí, Irán, Siria, Pakistán, Afganistán, entre otros, deben ser confrontados militarmente, de manera que se abstengan de adoctrinar, entrenar, y exportar criminales. Pero mientras el petróleo siga siendo necesario, la balanza continuará inclinándose a favor de los árabes.
La situación empieza a tornarse oscuramente incierta y delicadamente frágil con Barack Obama que se siente a gusto con los musulmanes. No podría ser de otra forma, toda su familia paterna es musulmana, él se crió entre ellos, piensa como ellos, actúa tan hipócritamente como ellos, y en su fuero interno odia a los norteamericanos y su visión del mundo.
En su encuentro con el Rey Abdulá de Arabia Saudí, durante la reunión del G20 en Londres, Obama se inclinó vehementemente ante el monarca árabe como lo haría un leal súbdito católico ante el Papa. Un acto fallido que fue debidamente registrado para que no queden dudas acerca de dónde están sus lealtades. Con la Reina Isabel II, no tuvo tamaña pleitesía.
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