Obama, de puertas afuera
Cuando Barack Obama todavía no ha cumplido sus primeros cien días al frente de la administración norteamericana, aparecen algunas señales que comienzan a definir su política exterior. Son las que, fundamentalmente, ha generado en el transcurso de su primera gira al exterior, particularmente intensa. Obama asistió a tres cumbres", visitar seis países y estrechar las manos de 19 jefes de Estado. A ello cabe agregar una visita sorpresiva a Irak.
Los temas abordados por el nuevo mandatario en su recorrida han sido tan diferentes y complejos: el rediseño de la estructura financiera internacional, las urgencias militares en Afganistán y Paquistán, una nueva política en materia de proliferación nuclear, cómo superar los visibles desencuentros de su país con los demás, especialmente con el mundo musulmán…
El rumbo parece distinto, y el estilo, más aún. El dialogo y la búsqueda de consenso han recuperado su carácter de herramientas centrales en la política exterior del país del Norte. Está ahora a cargo del timón un hombre calmo, que trasmite al propio tiempo sencillez, claridad y una actitud de firmeza diligente. Que emite mensajes pragmáticos, simples, de tono conciliador y directo, despojados de retórica y populismo. Por eso despierta fácilmente simpatías.
Pese a que está claro que no ha podido persuadir a sus aliados en todos los temas ?según ha quedado demostrado tanto en materia de política de estímulos para enfrentar la crisis económica como acerca de la necesidad urgente de incrementar significativamente la presencia militar europea en Afganistán?, encontró siempre la fórmula adecuada para avanzar visiblemente en dirección a sus objetivos estratégicos. Sin presionar demasiado. Sin arrogancia. Sin sermones ni amenazas. Escuchando siempre a los demás. Y extendiendo su mano hasta a posibles interlocutores que han estado congelados por demasiado tiempo, como Irán y Cuba, para entablar diálogos cruciales para la paz y la seguridad.
Ha sabido, además, transmitir una sensación cálida de bienvenida a los nuevos actores del escenario internacional, como China, la India y Brasil, con los que se ha mostrado abierto y dispuesto a diseñar, en conjunto, los nuevos derroteros comunes.
Quedan aún temas complejos por enfrentar. Como qué hacer con la siempre desafiante Corea del Norte, o cómo acercarse nuevamente a la Federación Rusa. O cómo estrechar la relación con América latina, con propuestas y actitudes que seguramente comenzarán a verse mejor a partir de la próxima Cumbre de las Américas, en Trinidad Tobago, que debería ser muy distinta de la cumbre precedente, la de Mar del Plata, en las que se ampliaron las distancias y se crisparon las relaciones.
Comienza a estar claro que hay cambios de sustancia, y esos cambios están en el tapete. La relación de Estados Unidos con el resto del mundo acortará las distancias y privilegiará, como primera opción, el andar común que, en cada caso, las circunstancias requieren. El esperado cambio cualitativo comienza, así, a hacerse evidente.
El autor fue embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.
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