Su último aporte
Después de los de Gardel, Evita y Perón, el sepelio del ex presidente Raúl Alfonsín ha sido el más grande que se ha visto en Buenos Aires. Eso es lo que se ha dicho. Quizás sea exagerado, pero hubo una multitud.
Fueron a acompañar al hombre que encabezó el retorno a la democracia en 1983, pero al mismo tiempo fue una manifestación contra los Kirchner. “Fue un gran caceroleo, en silencio”, me dijo un conspicuo dirigente extranjero que estuvo allí.
Entre tantos conspicuos, también estuvo el ex presidente Néstor Kirchner. Llevó las condolencias de su esposa, la presidenta Cristina. “Fue un gran dirigente, a pesar de nuestras diferencias”, concedió. Qué cosa, ¿no?; aún no pensando como Kirchner se puede ser grande.
Efectivamente había diferencias entre uno y otro ex presidente, aunque manejaban discursos parecidos, utilizaban los mismos “eslóganes” y eran recurrentes respecto a temas como los DD.HH., “las oligarquías financieras” y ambos estaban en contra del liberalismo, la economía de mercado y repartían dineros públicos a través de “planes sociales”. La diferencia entre uno y otro es que lo de Alfonsín era auténtico.
En el error o en el acierto hacía lo que creía mejor para su país y fue en ese sentido y con esa convicción que instaló el tema de los DD.HH. Además no se enriqueció, ni cosa parecida.
Durante su gobierno fueron juzgados y condenados los principales jefes militares responsables de la dictadura y al mismo tiempo abrió caminos de reconciliación. Ya durante la dictadura fue un defensor de los derechos humanos como militante, como dirigente político y como abogado. Mientras él hacía eso, Kirchner, muy al sur del país confraternizaba con los jefes militares regionales y juntaba dinero y hacía crecer su patrimonio, tarea esta que no ha abandonado hasta hoy.
Esa actuación de Alfonsín fue la que le abrió el camino a la presidencia. Más que a él, los argentinos votaron en 1983 contra el peronismo, que nunca había dejado de coquetear con los militares. Le dieron un arma y un respaldo tremendo que no solo no supo aprovechar, sino que lo malogró. Ese fue el lado oscuro de Alfonsín y su culpa. Fue pionero en el continente en el rescate de la democracia, pero su hacer, su discurso, su visión de los problemas y sus soluciones en alguna forma signó los fracasos que se dieron en otros lugares de la región y que viabilizaron el neoprogresismo-populista que prima hoy en varios países.
Alfonsín, aunque no se autodefiniera como tal, decía, defendía y atacaba las mismas cosas que dicen, defienden y atacan los actuales gobernantes autodenominados progresistas. Eso sí, con agravantes: no respetaba ni las más mínimas leyes de la economía. Es cierto que no contó con “el viento a favor” que tanto ha ayudado en los últimos años, pero fue un voluntarista, un gran “nacionalizador” y se le ocurrían o apoyaba cosas de locos, como aquella de su primer ministro de Economía, Bernardo Grinspun, de ajustar los salarios todos lo meses aplicándoles el índice de inflación más un punto. Así era lógico que durante su gobierno la inflación fuera de seis cifras, que la deuda externa creciera más de un 60 por ciento y que el poder adquisitivo de los salarios se dividiera por más de dos. Cedió ante un motín militar y engaño a su pueblo diciéndole “que la casa estaba en orden” y al final se fue antes de terminar el mandato.
El fue el punto de partida para que en su país y en la región el péndulo oscilara de un extremo a otro.
De todas maneras era un hombre honesto, creía en el diálogo democrático y fue un genuino defensor de los derechos humanos. Además, murió en un momento en que su muerte trascendió el mero hecho de ser el fin de su vida, y se transformó nuevamente en una razón para que los argentinos pudieran demostrar su repudio y su rechazo a los autoritarismos. Fue ese, entonces, uno más y a la vez el último aporte que el doctor Raúl Alfonsín le hizo a la democracia política argentina.
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