El grotesco Gandhi boliviano
Cumpliendo con sus teatrales papelones mediáticos, el presidente de Bolivia, Evo Morales, se declaró en huelga de hambre dentro del Palacio de Gobierno, exigiendo al Congreso Nacional que apruebe la ley de convocatoria a elecciones generales para el próximo 6 de Diciembre, de manera que él pueda perpetuarse en el poder. |
El presidente requiere del voto favorable del Senado donde no goza de mayoría. Un escaño a favor de la oposición es el obstáculo que le impide ser dueño absoluto del país.
En el pasado la oposición parlamentaria votó a favor de Morales por cobardía o a cambio de prebendas. Esta vez la situación está llegando al anhelado final que Morales estuvo esperando desde que asumió el poder, cuando dijo a sus compañeros cocaleros, que lo eligieron de por vida.
La oposición congresal está en manos del ex presidente Jorge Quiroga, que gobernó por apenas un año, pero supo sacar ventaja del título presidencial, y hoy es un eximio orador invitado a todo evento internacional que justifique la existencia de alguna fundación.
Quiroga está acabado políticamente. Sus críticas a Morales cuando viaja a otros países, no concuerdan con el apoyo que le da estando en Bolivia.
Lo que le sobra en labia le falta en capacidad y honestidad política. Fue el responsable directo de que Morales llegase al poder, por no tener la valentía de pedir su desafuero y apresarlo por sedicioso cuando él ejercía como presidente y Morales como diputado. Más tarde, desde la oposición, le permitió hacer lo que quiso.
Quiroga se encuentra en la disyuntiva de aprobar o no la convocatoria a elecciones. Sabe que su partido nunca más ocupará un escaño a menos que transe con el oficialismo.
Su popularidad, igual que la de los otros aleatorios candidatos presidenciales, se encuentra por los suelos. Ninguno logra acumular dos dígitos porcentuales en las encuestas.
Además de Quiroga que no hizo nada relevante durante su gobierno –el que heredó por fallecimiento del titular– se encuentra Carlos Mesa, un populista, ex locutor televisivo, cuyo imponente ego se interpone a su apreciación de la realidad.
Después de traicionar al presidente Gonzalo Sánchez de Lozada quien lo eligió como candidato vicepresidencial, hecho que lo llevó a la primera magistratura, Mesa hizo de su paso por el poder una gran fiesta chabacana, hasta verse obligado a renunciar.
El tercer candidato es un aimara, Víctor Hugo Cárdenas, que igual que los anteriores fue vicepresidente de Bolivia y empezó a ganar popularidad ante el desbordante indigenismo que se puso de moda con el actual régimen.
Cárdenas era un marxista indigenista de la línea de Fausto Reynaga, furioso autor de “La revolución india”, un frondoso libro en el que proponía el aniquilamiento de los blancos y mestizos.
Cárdenas aparentemente se tornó moderado y hoy goza de mayor renombre que en cualquier otro momento de su vida. Muchos apuestan a su candidatura asumiendo que siendo letrado –a diferencia de Morales– puede complementarse con las clases citadinas y apaciguar a las hordas indígenas.
Para cuando este artículo sea publicado, tal vez la oposición haya aceptado la implementación del Padrón Biométrico –propuesta de negociación que planteó Morales– que es el engaño perfecto para consumar el fraude electoral infalible, puesto que centraliza toda la información en computadoras accesibles únicamente al gobierno, quien puede modificar los resultados a su antojo, tal como sucedió en Venezuela. (Si no fuese una trampa, la oferta no hubiese sido planteada).
Mientras se desarrollan los eventos, es probable que el ridículo presidente siga en huelga de hambre, de la que saldrá con algunos kilogramos demás, como sucedió frecuentemente en Bolivia con estas caricaturas de Gandhi.
En las últimas décadas, pese a que hubo paros que duraron varias semanas –desafiando a todos los pronósticos dietéticos– jamás hubo un huelguista boliviano que falleciera por inanición.
Bolivia no tiene un líder comprometido, valiente y de experiencia para lidiar contra el complot neocomunista gobernante. Lamentablemente las cartas están nuevamente en manos de la no confiable oposición, que decidirá a su conveniencia sobre la libertad de 10 millones de personas.
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