La estocada, en cuatro tiempos
Franklin Roosevelt nos dio el programa New Deal. John Kennedy nos dio el New Frontier. En un importante discurso sobre política nacional pronunciado en la Universidad de Georgetown esta semana, Barack Obama prometió — en ocho ocasiones — un “New Foundation”. Para aquellos demasiado torpes para haber notado esta proclama de una nueva era en la historia estadounidense, la página web de la Casa Blanca titula provechosamente el discurso "A New Foundation”.
Da la casualidad de que Obama no es el primero en probar suerte con este eslogan. El Presidente Carter salteó su discurso del Estado de la Nación de 1979 con cinco "Nuevos Cimientos" (y ocho "cimientos" a secas más). Al igual que la mayoría de las empresas de Carter, fracasó, quizá porque (como recuerdo que se decía por aquel entonces) sonaba a presentación de un nuevo tipo de ropa interior.
Impávido, Obama ofreció su discurso New Foundation como texto completo, contextual y canónico de la revolución nacional que se dispone a decretar. Tuvo todo lo que esperábamos de Obama:
El Embuste: el alarde de que había "identificado 2 billones de dólares en reducciones del déficit durante la próxima década”. Hay que ser audaz para repetir esto después de haber quedado tan ampliamente desacreditado como engaño patente. La mayor parte de estos 2 billones de dólares se hacen aparecer en las cuentas dejando de gastar 180.000 millones de dólares al año durante 10 años más de incrementos militares en Irak. Ya puestos, porqué no acometer "reducciones del déficit" por valor de 10 billones de dólares — sacando los 8 billones adicionales de abstenerse de repetir el paquete de estímulo de 787.000 millones de dólares cada año de aquí a 2019.
El Misterio: presumió además de su frugalidad diciendo que sus presupuestos reducirán el gasto discrecional nacional como porcentaje del PIB al nivel más bajo registrado nunca. Sorprendente. Estrujar el gasto discrecional nacional en un momento de presupuestos en sustancial crecimiento es simplemente el residuo funesto de derechos sociales fuera de control y los intereses de la deuda, que crecerán astronómicamente bajo Obama. Declarar esto logros de la responsabilidad fiscal no es testimonio de la frugalidad de Obama, sino de su descaro.
La Consecuencia Non Sequitur: “Para cerciorarnos de que una crisis así (como la que sufrimos hoy) no vuelve a suceder nunca", Obama propone sus reformas radicales de la sanidad, la energía y la educación, pilares centrales de su agenda socialdemócrata. Pero las propias palabras de Obama contradicen esta afirmación. Observa el Washington Post: “Pero como deja claro su maravillosa recapitulación de la historia reciente, estas aspiraciones no tienen nada que ver con la crisis económica, y no son la clave de la recuperación económica”. Pocas veces Obama deja sin repetir esta conexión falsa. Una crisis — y la flexibilidad resultante de la opinión pública a la ingeniería social progresista — es algo terrible de desperdiciar.
El Timo: la administración Obama está gastando dinero como ninguna otra de la historia en momentos de paz. Obama es inteligente. Sabe que esto es fiscalmente insostenible. Ha dejado caer en privado y en público que pretende solucionar el desequilibrio mediante la reforma de las prestaciones.
Una estrategia excelente. Si ablandar la resistencia de un Congreso Demócrata y volverlo sumiso ante una verdadera reforma de las prestaciones exige derrochar casi 1 billón de dólares en gasto de estímulo "a reventar de gasto político" (citando al Senador Charles Schumer), entonces vale. Reformar la seguridad social, Medicare y Medicaid ahorrará decenas de billones de dólares, y hará trivial en comparación el presente derroche de arrojar dinero por la ventana.
En el discurso New Foundation, Obama identifica correctamente (de nuevo) el vertiginoso gasto de los programas Medicare y Medicaid como el principal problema fiscal. Pero a continuación afirma que la reforma de Medicaid y Medicare es lo mismo que su reforma sanitaria, avalando de manera fatua su facultad a través de una reunión de un día de duración entre partes interesadas elegidas a dedo reunidas en su "Conferencia de Responsabilidad Fiscal”.
He aquí el problema. El meollo de la reforma sanitaria de Obama es la universalidad. Asegurar a más gente cuesta más dinero. Ese es el motivo de que los presupuestos de Obama reserven 634.000 millones de dólares extra en gasto sanitario, la entrada de un gasto adicional que se estima en 1 billón de dólares. ¿Cómo recorta la administración el gasto social de Medicare y Medicaid añadiendo otra prestación sanitaria más (ahora universal) que de su propia estimación reconoce eleva el gasto cerca de 1 billón de dólares?
Lo cual es el motivo de que durante su conferencia de prensa del 24 marzo, Obama no pudiera explicar cómo es que — cuando el gasto estimulador a corto plazo está agotado y sus ambiciosas prioridades nacionales entran en escena prometiendo prosperidad constante y reducción del déficit — los déficits al final de la próxima década se elevan, no se reducen. La Oficina Presupuestaria del Congreso proyecta un incremento de los déficits en los últimos siete años de la década desde unos ya insostenibles 672.000 millones de dólares al año hasta 1,2 billones de dólares hacia 2019.
Este es el terreno resbaladizo sobre el que se construyen los nuevos cimientos. Obama tiene la habilidad mágica de hacer que las palabras signifiquen casi cualquier cosa. Los números se resisten más a sus encantos.
© 2009, Washington Post Writers Group
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