La otra mejilla de Obama
El Tiempo, Bogotá
Se están volviendo interesantes las aburridísimas cumbres presidenciales. Hace algún tiempo fue el cruce entre Hugo Chávez y el Rey de España, que terminó cuando el monarca le soltó el ya legendario "¿Por qué no te callas?". Y este viernes, el cálido apretón de manos entre el mismo Chávez -animador indiscutible de estos encuentros- y el presidente estadounidense, Barack Obama. Chávez, que semanas atrás lo había amenazado con un "No te metas con Venezuela", le dijo esta vez: "Quiero ser tu amigo". Y Obama le regaló su mejor sonrisa en un calculado encuentro en los pasillos del hotel Hyatt de Puerto España, en Trinidad y Tobago.
En cien días de mandato, Obama les ha tendido la mano a los tradicionales enemigos de Washington, aquellos a quienes la hirsuta derecha de Reagan y los Bush llamaba "el eje del mal". En este hemisferio, el tema de Cuba está en la mitad del asunto. Obama se preparó para la cumbre con un decreto que liberó los viajes de estadounidenses a la isla, lo mismo que el envío de dólares a las necesitadas familias cubanas. Pero el pedido del grueso de Latinoamérica va más lejos: que levante el bloqueo. Y Obama parece dispuesto a discutirlo.
Fidel Castro y su hermano Raúl lo han pedido cientos de veces. Pero ¿en verdad lo quieren? Si se levanta el bloqueo, los alimentos, manufacturas y servicios no llegarán gratis a Cuba. Habrá que pagarlos. Y como no hay con qué, será evidente que la isla está totalmente quebrada, el hambre seguirá, pero ya no habrá cómo echarle la culpa a Washington. Con la comida llegarán también las comunicaciones, y mucho turismo estadounidense y de cubanos exiliados, todo ello potencialmente explosivo para los Castro, que han podido dominar a Cuba gracias en buena medida a su aislamiento. Fidel, que sabe más por viejo que por diablo, mira con ojo desconfiado la apertura de Obama. Y eso mismo hacen en la franja de Gaza los señores de Hamas, en Teherán el osado Ahmadinejad, en Siria el presidente Al Assad, y los talibanes en Pakistán y Afganistán. El coreano Kim Il-jong les madrugó, lanzó hace 15 días el misil que sobrevoló Japón y se aseguró así de que Obama lo siguiera tratando como lo hacía Bush.
Y es que a ninguno de ellos les sirve un Washington de puertas abiertas, dispuesto al diálogo, de mano tendida y no de amenazante puño de hierro. Ellos han vivido y comido del cuento de echarle todas las culpas al imperio, lo mismo aquellas en que Washington tiene responsabilidad, que las otras que son culpa de la incompetencia de esos mandatarios y de sus regímenes.
Estados Unidos no es el causante del hambre de los coreanos. Lo son Kim y su fallecido padre, el sanguinario dictador Kim Il-sung, que se gastaron en armas la poca plata que produce su país. En cuanto a los fundamentalistas islámicos, necesitan que el presidente estadounidense -cualquiera que sea- simbolice al demonio. ¿Cómo van a decirles a sus pueblos que este negro de origen humilde que responde a sus insultos poniendo la otra mejilla representa al imperio del mal?
A ellos, Obama no les sirve. Los deja sin discurso, sin excusa, sin posibilidad de polarizar y radicalizar -que es lo que ellos necesitan-. Sobre todo porque, entre sonrisas y brazos abiertos, el presidente estadounidense les propone hablar de democracia y de derechos humanos, como ya lo advirtió en Trinidad al referirse a Cuba. ¡Cómo van a negarse a hablar de eso con el bacán de Obama! No me extrañaría que le suban la apuesta, con un atentado terrorista o con cualquier otra agresión de marca mayor, que obligue al presidente estadounidense a endurecerse y a contraatacar. Hace 30 años, Jimmy Carter jugó a lo mismo y su estrategia quedó sepultada en el masivo secuestro de sus funcionarios de la embajada en Irán. A Obama no le puede pasar lo mismo.
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