Después de la Cumbre
En medio de sus evidentes contradicciones y matices circenses, la V Cumbre de las Américas, celebrada el pasado fin de semana en Trinidad Tobago, muestra un balance positivo. Sus verdaderos efectos, sin embargo, dependerán menos de lo que allí ocurrió y más de la labor que se realicen, de ahora en adelante, los gobiernos involucrados.
Simbólicamente, la reunión de los 34 gobernantes americanos elegidos mediante las urnas (a diferencia del ausente, Raúl Castro), ha marcado el inicio de una nueva era de relaciones entre Estados Unidos, Latinoamérica y el Caribe.
Además, ha evidenciado las fuertes diferencias de criterio entre el puñado de gobiernos populistas que orbita alrededor de Venezuela y la mayoría que respeta los verdaderos valores de la democracia; ha impulsado el liderazgo hemisférico del presidente Barack Obama y ha puesto de manifiesto que, para él, la posible normalización de relaciones con Cuba no es un ejercicio de poses, sino una cuidadosa estrategia para impulsar la democracia en la isla.
Su reciente llegada al poder otorgó a Obama la ventaja del contraste con su predecesor y la coyuntura adecuada para mostrar un estilo que, lejos de dictar o imponer, se concentró en ''escuchar'' y ''aprender'' de sus colegas.
Este punto de partida, aunado a su carisma personal, su paciencia y su llamado a superar los traumas o prejuicios históricos y optar por el futuro, fueron esenciales para marcar un antes y un después en las relaciones interamericanas; también, para proyectar su influencia con gran vigor.
Obama, además, manejó con habilidad política y coherencia democrática el tema de Cuba. Al eliminar, antes de la Cumbre, las restricciones para las remesas y los viajes de los cubanoamericanos, neutralizó en gran medida el tinglado retórico de Hugo Chávez y compañía.
Tanto Obama como sus colaboradores dejaron muy en claro que la siguiente acción corresponde a la dictadura castrista, y que la clave para avanzar hasta el posible levantamiento del embargo o un futuro restablecimiento de relaciones tiene que ver con la libertad, la democracia y los derechos humanos.
Desde esta perspectiva, Obama pidió a sus colegas sudamericanos –los más insistentes sobre el embargo y menos interesados por los derechos humanos en la isla– que lo ayuden presionando para que La Habana dé el próximo paso.
A pesar de la cordialidad manifiesta, resultó imposible llegar a un acuerdo unánime sobre la declaración final. Extrañamente, sólo fue firmada por el primer ministro anfitrión, Patrick Manning, como señal de un ''consenso'' inexistente. La ruptura fue producida por Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Paraguay y Honduras, bajo el argumento de que debía incluirse el tema cubano. Pero la realidad puede estar en otra parte, porque en esa declaración hay compromisos con la democracia, la institucionalidad y la Carta Democrática Interamericana que están muy lejos de las políticas de esos países.
Paradójicamente, este fracaso aparente fue parte del logro real, al poner de manifiesto que el sexteto agrupado alrededor de Chávez y su Alianza Bolivariana de las Américas (Alba) marcha a contrapelo de los gobiernos más serios y de las corrientes hemisféricas mayoritarias.
Apartir de ahora, el ritmo y las características del nuevo comienzo serán una responsabilidad colectiva, pero también individual.
Atrás está quedando la época en que tenía credibilidad atribuir a Estados Unidos la paternidad de todos nuestros males. Delante se abre, de forma totalmente clara, la necesidad de trabajar en conjunto y de manera seria a favor de la gente. Será algo en extremo difícil mientras haya presidentes como Hugo Chávez y Daniel Ortega. Pero, al margen de esta dificultad multilateral, cada gobierno, en ejercicio de sus deberes propios, deberá actuar de manera inteligente para aprovechar las oportunidades que se abren a sus respectivos países, particularmente en momentos de crisis.
Quienes lo hagan, podrán cosechar los beneficios. Quienes sigan amarrados a los atavismos históricos y los prejuicios ideológicos, continuarán generando pobreza, arbitrariedad e incertidumbre.
- 23 de enero, 2009
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