¿Querer es poder?
Por Enrique Santos Calderón
El Tiempo, Bogotá
"El juramento que acabo de prestar va más allá del mero cumplimiento de la Constitución y la ley…" Álvaro Uribe Vélez, 7 de agosto del 2006.
Todo estaba dicho en esta primera frase de su primer discurso como Presidente reelegido.
Cualquier duda la despejaba la siguiente: "La democracia es mucho más que el triunfo accidental de una mayoría o el respeto a las minorías coyunturales".
Debí haberlo leído con más detenimiento en ese entonces, para ver lo que venía. O con más malicia, para no sorprenderme luego con los propósitos de torcerle otra vez el cuello a la Constitución. No lo hubiera creído, francamente. Pensaba que con una torcida bastaba y sobraba.
Apoyamos en este diario la primera reelección. Pese a la inquietud que suscitaba que un mandatario en el poder promoviera una reforma constitucional para prolongarse. Pudo más el convencimiento de que era, de lejos, el más calificado. No faltaron luego los reproches del antifuribismo por haberlo endiosado como "el imprescindible".
La opción era clara: una gestión impresionante en seguridad y recuperación económica, sumada a un contraste contundente con los otros candidatos. Se necesitaban esos cuatro años adicionales para consolidar el progreso logrado.
No imaginé que Uribe los consideraría insuficientes y que no propiciaría un relevo democrático (dentro de sus políticas, claro). Menos aún, que se dedicaría a socavar esta posibilidad y a tejer, con destreza y dureza, el camino de su nueva sucesión.
Con poco más de un año de mandato, ya es claro que su silencio sobre el tercer período no buscaba asegurar gobernabilidad, sino neutralizar a sus competidores, a los que hoy tiene "congelados".
El Partido Liberal de César Gaviria está resquebrajado por las tentaciones uribistas de parlamentarios listos a dar el brinco, porque no aguantan más "sequía burocrática".
A Germán Vargas le sonsacó sus bases parlamentarias. Y a viejos amigos y aliados políticos, como Juan Lozano, hoy encargado de armar un bloque uribista para el Congreso.
Con Luis Carlos Restrepo como nuevo jefe de 'la U', le dañó el caminado a Juan Manuel Santos, que quedó sin pista de aterrizaje y debe decidir antes de un mes cómo y cuándo se lanza.
A los conservadores los neutralizó con Andrés Felipe Arias, que partió en punta y les tomó ventaja a los demás precandidatos. A Noemí no le hizo guiño alguno cuando vino, y ella se devolvió desanimada para Londres. El otro Gaviria preside un Polo atomizado, mientras Sergio Fajardo se mantiene como interesante incógnita.
Más difícil será la tarea encomendada a José Obdulio de atraer independientes y sectores de izquierda para mitigar la imagen derechista. Pero ahí va: en el Cauca se acaba de crear una asociación de indígenas uribistas, para compensar la gran minga, que tanto incomoda al Presidente.
Su estrategia es incansable y apunta a todos los flancos. La recomposición de la Corte Constitucional; la zanahoria reeleccionista para alcaldes y gobernadores; la ofensiva sobre la Registraduría; la avalancha de cheques para las millones de Familias en Acción (a la estrategia no le falta "gasolina"); el categórico libreto que definió esta semana para sus congresistas…
Uribe ha demostrado ser un monstruo político capaz de llenar todos los espacios. Con todas las virtudes y defectos que conlleva una personalidad tan absorbente. Y con muchos aciertos y no pocos lunares. Como corrupción y clientelismo que no ceden, y una clase política uribista que deja demasiado que desear.
Tras la popularidad de las encuestas, crecen síntomas de desilusión y de desgaste. Los embrollos legales de sus más cercanos asesores, por ejemplo, o el debate ético sobre los negocios de los "hijos del Ejecutivo". Todo lo cual alimenta las inquietudes sobre un tercer gobierno.
Aunque no es seguro que pueda, ya no cabe mayor duda de que quiere quedarse. No para evitar juicios internacionales, ni enriquecer a sus hijos, ni demás pendejadas que se escuchan por ahí.
Es por convicción. Porque de verdad cree que sólo él puede sacar esto adelante. Y buena parte del país parece creer lo mismo.
No es indicio saludable de una democracia que la voluntad de un caudillo, por más excelso, pese más que sus instituciones y constituciones. Lo es menos que esta democracia no ofrezca relevos convincentes.
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