Demo vs. Dema
Por el contrario, el asunto es mucho más serio y preocupante dado que se trata de una lucha crucial que quizás nunca se pueda resolver de manera definitiva: la que libra la democracia contra un enemigo interno, definido acertadamente por el profesor Mariano Grondona como un cáncer que de ella nace y se nutre para finalmente matarla: la demagogia.
A la aparente imposibilidad de resolver esta lucha entre democracia y demagogia contribuye, sin dudas, una innegable realidad: quienes representan los valores de la democracia suelen ser personas serias y hasta aburridas, mientras que quienes personifican a la demagogia inexorablemente cuentan con notables dotes histriónicas.
Claro que las virtudes actorales de los demagogos no se quedan en el celuloide, sino que trascienden y se transforman en tragedias que afectan negativamente la vida real de la gente. Muy particularmente la de los más pobres.
Son los pobres, paradójicamente, a quienes los demagogos dicen defender y en quienes invariablemente se escudan cuando su incapacidad para gobernar los obliga a inventarse quijotescas peleas contra enemigos imaginarios. El "imperio", evidentemente, es siempre un candidato cantado para jugar el papel de molino de viento. Historia conocida.
Y aun cuando en la actualidad ciertos casos sudamericanos como los de Argentina y Venezuela parecieran indicar que la "dema" (gogia) es un mal exclusivo de América Latina y que tiene una ideología política determinada, la realidad es que el problema es ancestral, universal y policromático.
En efecto, es fácil engañarse creyendo que los demagogos sólo son del color que algunos imaginan. ¿Contra-ejemplo claro y relevante en la región? El general Perón, prototipo del populista demagogo, distaba de ser de izquierda.
Las citadas característica de la demagogia (ancestral, universal y policromática) han sido estudiadas por el analista político estadounidense Michael Signer en su reciente libro "El demagogo: la lucha por salvar la democracia de sus peores enemigos".
Signer analiza el proceder de los cortesanos en los monarquías, que intentan ganarse el favor del rey mediante halagos y promesas falsas para luego aprovecharse de él, y encuentra una clara analogía con los métodos utilizados por los demagogos en las democracias, donde el papel de "rey" está representado por el pueblo a quien el demagogo halaga y engaña. Para luego aprovecharse de él.
Estas ideas son en verdad origiarias de Aristóteles, quien no necesitó vivir en nuestros días ni conocer a ciertos gobernantes sudamericanos para definir con exactitud su proceder, con más de 2,000 años de anticipación.
Claro que el desconocimiento es mutuo porque los citados gobernantes tampoco saben mucho de Aristóteles: en verdad no tienen tiempo para tales minucias dado que lo ocupan en trasegar valijas que viajan entre Buenos Aires y Caracas, llenas de dólares.
Es que la demagogia tiene su precio y no acepta monedas locales…, sólo la del "imperio". Los demagogos no toman de su propia medicina: los bolívares y los pesos son para el pueblo, no para ellos.
La demagogia, además, es contagiosa, pues también la aplican ciertos economistas y empresarios intelectualmente poco honestos, cuando proponen ideas que suenan bien pero son falsas. Y que los hacen quedar como Robin Hood aun cuando perjudicarían a los más pobres. Propio de Hood Robin….
Un clásico ejemplo es la quita del IVA a alimentos y medicinas, un subsidio desenfocado y regresivo: un estudio de Roberto Salinas, de México, muestra que por cada peso gastado en alimentos y medicinas por un pobre, son más de cuatro los pesos que en ello gastan los estratos de mayores ingresos.
El Estado dejaría de recaudar cinco pesos pero sólo uno le llegaría a los pobres. ¿Por qué no recaudar los cinco y enfocar el subsidio? Le dije, propio de Hood Robin.
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
- 28 de diciembre, 2009
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- 8 de junio, 2012
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