Más populismo con Zapatero
28 de abril, 2009
28 de abril, 2009
Más populismo con Zapatero
En un tradicional número de ilusionismo, una asistenta pizpireta con medias de malla se acomodaba en el gran cajón secreto. Sonaba un redoble de tambor en el foso de la orquesta y -nada por aquí, nada por allí- salía de la caja un sujeto con gorra de astracán con dos periquitos posados en el hombro y una bandera de los Estados del Sur. Aquí acabamos de ver algo muy parecido: entra Fernández Aguilar en la caja y, en un pispás, el que sale es Obama. El ilusionista Zapatero ya busca unas placas de mármol para que quede grabado con fuego el mantra de su decálogo: la salida de la crisis será social o no será. A eso se le llama «ilusión populista».
Populistas han sido hasta ahora las propuestas del Gobierno socialista frente a la recesión: obra pública municipal por aspersión presupuestaria, retrasar el discurso de la racionalidad político-económica, extroversión dilapidadora del Estado autonómico, más gasto público como panacea. Con cuatro millones de parados es populismo no consensuar una efectiva flexiseguridad del mercado de trabajo. En su día, la rebaja del «rating» crediticio en la deuda pública se basó en la pérdida de crecimiento y respuesta política insuficiente. Es sabido que la política social más saludable consiste en crear puestos de trabajo y no en destruirlo, prever las crisis económicas y sobre todo reconocerlas y no negarlas.
Es un populismo que de cada vez tendrá más rasgos izquierdistas en virtud de los grupos políticos a los que Zapatero tiene que recurrir para sostenerse parlamentariamente. No hablaríamos de un régimen populista, sino de una propensión que posiblemente es de orden transitorio, pero de efectos erosivos. En su ensayo sobre la ilusión populista, Pierre-André Taguieff habla de deslegitimación de la representatividad. Es apelar a un imaginario afectivo del hombre-masa frente a la palabra y la razón del individuo-ciudadano-contribuyente. Zapatero está perfilando algo por el estilo: recurre a la insatisfacción que ha generado el primer año de su segunda legislatura para relanzarla contra un sistema capitalista cuyo gnomo instrumentador es nada menos de Bush jr. Todavía no ha llegado la hora de que Zapatero formule una elemental adhesión a la economía de mercado, al atlantismo o a la naturaleza de la defensa nacional. Equivocidad y populismo andan a la par.
Para estimular su salida social de la crisis, Zapatero acabaría dirigiéndose directamente al pueblo, por encima del Estado. El populismo vive de degollar chivos expiatorios en la plaza pública. No extrañe que la salida «social» de la crisis según el zapaterismo contradiga no pocos postulados de la entelequia social-liberal. Como en los populismos de izquierdas que hubo y hay en Iberoamérica, la plasmación del enemigo es identificarle con lo que el ilusionismo llama modelo neoliberal. Al final se exacerba el recelo ante el inversor extranjero, reaparece el instinto proteccionista y, como de costumbre, el político populista acaba sabiendo mejor que el pueblo lo que le conviene al pueblo.
Esta fluctuante confianza en el electorado español es la que lleva a presentar a Obama como candidato a las elecciones al Parlamento Europeo. Al adscribirse a una imagen virtual y parcial del pueblo soberano, el zapaterismo llegaría a la conclusión de que ya no tan sólo representa, sino que encarna. Encarna en lo social, en lo justiciero: es el camuflaje de un fracaso en lo económico. En toda implicación de gasto público hace mucha falta precisar fecha de caducidad, transparencia y voluntad inmediata de disciplina fiscal. Lo contrario es populismo.
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