Panamá: El comienzo de la ola
Una golondrina no hace verano. Pero un triunfo tan contundente como el obtenido por el empresario panameño Ricardo Mantellini, quien arrasara en las recientes elecciones presidenciales panameñas con más de 60% de los sufragios, es más que un indicio.
Es una prueba concluyente de que América Latina bien puede encontrarse en el comienzo de una ola política que cambie los parámetros latinoamericanos en 180%. El regreso a ideologías liberales, incluso a exitosas figuras del empresariado y las finanzas para enfrentar la crisis y sortear los graves escollos planteados por la crisis global y la enfermedad infantil del izquierdismo, podría ser la salida inmediata que buscarían naciones cansadas de la verborrea bolivariana y despechadas por el creciente fracaso de gobiernos tradicionalistas de la izquierda como los de Argentina o Uruguay hacia refugios de sensatez y tolerancia.
Sería insólito y contradictorio, pero perfectamente posible que mientras el gobierno de Bush empujara a la región hacia la izquierda tradicional, el demócrata de Obama lo hiciera hacia su derecha. Es el caso que se acaba de verificar en Panamá. Es el que podría estar a la vuelta de la esquina en Chile con el triunfo de otro exitoso empresario vinculado a la centroderecha del país sureño, Sebastián Piñera. Si así fuera, antes de cerrar el 2009 el continente podría encontrarse atenazado por una pinza que situaría a dos liberales en los extremos. Con fuertes gobiernos del mismo signo en Colombia y México. Incluso en Brasil. ¿Posible? Sin ninguna duda.
Urge, en todo caso, una prevención de naturaleza semántica: ambos conceptos -izquierda y derecha- hace ya muchísimo tiempo que dejaron de dar cuenta a cabalidad de las diferencias que dividen a nuestros conglomerados sociales y políticos. La izquierda dejó hace décadas de representar las bondades del progreso, la tolerancia, la liberalidad y la cultura. Y la derecha de ser sinónimo de conservadurismo, expoliación y represión policiaca. ¿Cómo considerar derechistas, en el sentido clásico y ortodoxo del término, a hombres de talante tan liberal, profundamente civilistas e ilustrados como el peruano Vargas Llosa o el mexicano Enrique Krauze? ¿E izquierdistas a autócratas militaristas y represivos como el teniente coronel Hugo Chávez o el comandante Daniel Ortega?
La modernidad impone una transgresión de los significantes. Así como una simplificación de los parámetros categoriales. Siendo fieles a sus significados originarios, la izquierda venezolana -civilista, emancipadora, individualista, tolerante y descentralizadora- cubre todos los matices de la oposición democrática. Desde el que se reconoce en el socialismo democrático de la llamada socialdemocracia hasta el del liberalismo agnóstico y judeo-cristiano. La derecha -centralista, burocrática, estatizadora, conservadora, regresiva, retardataria y retrógrada- se ve perfectamente personificada en la figura del autócrata imperialista que se sirve del concepto para montar su entronización monárquica. Una sola acepción del término ha traspasado la línea demarcatoria. Hoy, la izquierda, para serlo legítimamente, debe defender las libertades a partir de la madre de todas ellas: la libertad de expresión; y del padre de todas ellas: el libre mercado. Imposible en Cuba. Imposible en la Venezuela de Chávez.
Puesto el acento en la necesaria emancipación de su ciudadanía, América Latina enfrenta su más grave y definitorio desafío: liberarse del lastre socializante y estatista y maridarse con las grandes ideas del liberalismo político y económico. Ese es el desafío: no hay otro. Fortalecer la libertad y afianzar nuestras instituciones. Esas tareas se encuentran en las antípodas de la revolución bolivariana. Al extremo contrario de la derecha militarista encarnada por el teniente coronel. Ayudar a la toma de conciencia de ese aparentemente absurdo y bizarro quid pro quo es la máxima tarea de los intelectuales progresistas hoy. Derrotar a la derecha autocrática y militarista para salvar a la izquierda liberal y socialista.
Es la tarea del momento.
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