Por qué México está enfermo
Mientras reflexiono sobre mi país atribulado, me viene a la mente la letra de una canción de Bruce Springsteen: “Estamos lejos, muy lejos de casa. Nuestra casa está lejos, muy lejos de nosotros”.
Así es como se siente vivir en México hoy en día: lejos de la normalidad democrática; lejos de un sistema de salud que inspire seguridad; lejos de un gobierno que genere confianza; lejos de casa y cerca de todo lo que la pone en peligro.
Mi tierra natal se ha convertido en un lugar donde demasiadas personas son víctimas, sucumben a un virus o mueren a manos de un narcotraficante, asaltadas por un ladrón, asesinadas por un policía mal entrenado o secuestradas por un miembro de una banda criminal. La epidemia de gripe, que probablemente comenzó en el estado sur de Veracruz, es otro indicio más de que no todo está bien en México.
El país parece estar atrapado en una puja permanente y difícil entre el pasado y el futuro, entre el cambio y los actores que pretenden poner piedras en el camino. Por ejemplo, cuando salieron a la superficie los informes iniciales sobre los primeros casos de gripe porcina, pasaron tres semanas hasta que la información llegó a las autoridades federales de salud, porque los gobiernos estatales eran reacios a informar rápidamente sobre los casos por consideraciones políticas y electorales.
México enfrenta elecciones de mitad de mandato para el Congreso en el otoño (boreal), y el Partido Acción Nacional del presidente Felipe Calderón está quedando levemente rezagado en las encuestas frente a sus principales rivales, que no querrían nada mejor que una emergencia sanitaria que se tradujera en una derrota política. Frente a un sistema sanitario público que se mostró incapaz de diagnosticar y tratar el brote con celeridad, el gobierno sintió que no le quedaban muchas alternativas más que clausurar Ciudad de México, asestándole un duro golpe a una economía ya en crisis.
A diferencia del pasado autoritario de México, cuando una “presidencia imperial” constituía un obstáculo importante para la modernización, el poder se ha dispersado. Ante el debilitamiento del poder ejecutivo, los intereses atrincherados han logrado imponerse. Cuando la rama ejecutiva ha abdicado, o se ha visto obligada a renunciar, imperan los intereses personales.
El problema ya no es la centralización del poder en manos del presidente, sino su concentración en manos de “centros de veto” -entre ellos los sindicatos del sector público- que están bloqueando reformas necesarias, como en el sistema sanitario. Con toda certeza, las 22 muertes reportadas a causa de la fiebre porcina reflejan una red de seguridad social que se cae en pedazos por falta de inversión pública y la obstinación gremial.
La gripe también reveló otras falencias fundamentales de México. El sistema político se ha convertido en un híbrido peculiar de remanentes autoritarios y mecanismos recientemente establecidos de transparencia. El proceso electoral ha sido incapaz de garantizar una gobernancia democrática decente, frenar las prácticas predatorias entre la clase política u obligar a los funcionarios públicos a seguir reglas establecidas, ser sensibles a las preferencias de los ciudadanos, y disuadirlos de canalizar fondos públicos a manos privadas.
El hecho de que no exista la obligación de rendir cuentas alienta la corrupción y alimenta las percepciones de que el abuso sigue sin recibir castigo. La impunidad, a su vez, erosiona la credibilidad de las instituciones del país, incluyendo las clínicas y los hospitales públicos. Hoy, abundan las teorías de conspiración en México sobre los orígenes del virus, porque las autoridades oficiales son vistas con una sospecha bien arraigada.
La autora es profesora de Ciencia Política en el Instituto Tecnológico de México y columnista del periódico Reforma.
Project Syndicate
- 23 de julio, 2015
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