El temor árabe a Irán
24 de mayo, 2009
24 de mayo, 2009
El temor árabe a Irán
En Washington circula una historia sobre un embajador árabe cuya opinión de los intentos de acercamiento de Barack Obama a Irán es: «No nos importa que os queráis comprometer pero, por favor, ¡no os caséis!». A veces es difícil saber quiénes, si los árabes o los israelíes, están más alarmados (o son más alarmistas) con respecto al programa nuclear y las ambiciones regionales de Irán.
Un comentario que hizo hace unos meses un responsable iraní que afirmaba que el pequeño y desértico reino de Bahrein era históricamente una provincia de Irán disparó los temores en las capitales árabes suníes a que exportaran la revolución chií. Irán pidió perdón, pero el daño ya estaba hecho. Tras la incursión iraní en Irak ayudada por EE.UU. mediante la creación de un gobierno dominado por los chiíes allí, la mención de Bahrein puso los pelos de punta a los árabes. El príncipe Saud al-Faisal, el ministro de Exteriores saudí, instó a los Estados árabes a «ocuparse del problema iraní».
La falta de confianza viene de lejos. Árabes y persas mantienen una enemistad cordial: la rivalidad cultural entre los universos suníes y chiíes se remonta a milenio y medio, más o menos, hasta la batalla de Karbala en 680 en adelante.
Pero los últimos acontecimientos han envenenado las cosas hasta tal punto que los diplomáticos árabes van todos los días en tropel al Departamento de Estado para advertir que la pretensión estadounidense de lograr una distensión con Teherán es peligrosa. Ese argumento lo esgrimió con firmeza el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu durante su reunión con Obama. A fin de cuentas, cuando israelíes y árabes se unen por una causa, el peligro es sin duda real.
Obama debería mostrarse escéptico, y por motivos que voy a explicar. Pero primero centrémonos en esos temores árabes. Los saudíes se han indignado por la manera en que la política estadounidense ha favorecido a «los persas» -como ellos los llaman- al eliminar el enemigo de Irán en Afganistán, los talibanes suníes, y poner fin al dominio suní en Irak. A pesar de la insistencia de EE.UU., los saudíes no han nombrado a un embajador en Irak y consideran que el primer ministro, Nuri Kamal al-Maliki, es un peón iraní. Su objetivo estratégico sigue siendo un «Irak que vuelva a ser un país árabe sólido», como me explicó un responsable saudí.
También expresan su frustración ante el fracaso a la hora de contener a Israel, cuyas guerras contra Hizbolá en 2006 y Hamás en Gaza han despertado cada vez más apoyo por estos movimientos respaldados por Irán. Los líderes iraníes explotan fácilmente la ira en la calle árabe utilizando la retórica insurgente.
Cuando aumenta la ira popular, los autócratas árabes de la región se miran al espejo y ven al Sha. No quieren volver al Teherán de 1979. «Los árabes están muy preocupados de que, por conveniencia en Irak o en Afganistán, lleguemos a algún acuerdo con Irán que deje a Teherán como país hegemónico en la región», me comentaba un responsable estadounidense. Esto no va a pasar. Washington y Teherán están muy lejos de entablar siquiera diálogos bilaterales. Las diferencias son tan grandes que cualquier acuerdo requerirá tiempo.
La verdadera cuestión es que ni Israel ni los árabes quieren un cambio en un statu quo que refuerza el dominio militar israelí en la región y las cómodas relaciones -acuerdos de armamento, ayuda y todo lo demás- de las que disfrutan los aliados de EE.UU. desde el Golfo hasta El Cairo.
Sin embargo, los intereses estadounidenses son otra historia. No les ayuda el no tener ninguna comunicación con Irán, la potencia en ciernes de Oriente Próximo; ni tampoco el apoyo sin reservas a Israel, que ha permitido que los asentamientos en Cisjordania crezcan y la paz se desvanezca; ni las relaciones con los Estados árabes que se conforman con el estancamiento. Los argumentos árabes en cuanto a Irán son débiles. Es precisamente la falta de implicación de EE.UU. lo que ha permitido que el poder de Teherán crezca. Tiene sentido cambiar la política. La cuestión nuclear sólo se podrá solucionar dentro de un «gran trato» con Irán.
Teniendo en cuenta que la paz en Oriente Próximo es inconcebible sin Irán por su influencia sobre Hamás e Hizbolá, el intento de EE.UU. de hacer que Irán «vuelva al redil» redunda en interés de los árabes. Fuera de él, causará problemas. Los árabes se han comprometido. Los saudíes mantienen unas relaciones normales aunque tensas con Irán.
Así que esto es lo que Obama debe decirle a Netanyahu cuando éste comente que los Estados árabes albergan temores idénticos en lo que respecta a Irán: «Somos conscientes de ello, primer ministro, y por eso hemos enviado al secretario de Defensa, Robert Gates, y a otras personas para tranquilizar a nuestros aliados árabes. Pero los intereses de EE.UU. no se ven ayudados por el statu quo en Oriente Próximo. A nosotros nos interesa alcanzar nuevos acuerdos de seguridad para toda la región que promuevan una paz basada en dos Estados, poner fin a 30 años de falta de comunicación con Irán y, en última instancia, proporcionar a Israel un futuro mejor. No puede construir asentamientos y esperar que la influencia de Irán disminuya».
Cuando Netanyahu ponga objeciones, Obama debería añadir: «¿Y sabe lo que me dicen los árabes en privado? Que el uso de la fuerza contra Irán por parte de Israel sería una catástrofe. Y que es imposible decirle a Irán que no puede tener armas nucleares cuando Israel las tiene. Dicen que es medir las cosas por un doble rasero. ¿Y sabe qué? Puede que tengan razón».
© The International Herald Tribune 2009
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