Inmigrantes o emigrantes
Los países prósperos atraen inmigrantes. Ése era el caso de Argentina a principios del siglo XX, de Venezuela a mediados del siglo pasado y de Estados Unidos hasta hace poco. Argentina y luego Venezuela se convirtieron en países de emigrantes. Ahora, lamentablemente, todo parece indicar que Estados Unidos no está solamente en medio de una recesión, sino que esta gran nación está cayendo en una dura decadencia, provocada por políticas intervencionistas, exceso de gastos gubernamentales y altos impuestos.
Por muchos años, los estudiantes extranjeros que completaban sus estudios de postgrado en este país buscaban empleo aquí, para quedarse y luego traer a sus familiares. Hoy siguen asistiendo y graduándose de estupendas universidades norteamericanas, pero una vez completados sus estudios suelen regresar a su país de origen o buscan empleos en Europa y el Lejano Oriente.
La inmigración crecía año tras año en Estados Unidos, de 252.000 en 1991 a 311.000 en 2005, pero esas cifras se han desplomado últimamente. La demanda de mano de obra, tanto para ingenieros como para obreros poco calificados, ha caído vertiginosamente.
Muchos menos mexicanos indocumentados tratan, hoy en día, de cruzar la frontera, al punto que los guardias fronterizos tienen poco trabajo y la construcción del paredón —que especialmente políticos republicanos apoyaban apasionadamente— dejó de tener sentido alguno.
El supuesto problema de la inmigración se ha estado transformando últimamente en un verdadero problema de emigración. Norteamericanos jóvenes y viejos se están yendo al exterior. Los primeros porque consiguen mejores oportunidades de trabajo y los ya retirados porque no quieren o no pueden pagar los altísimos impuestos a la propiedad que los políticos han ido incrementando sin piedad durante dos o tres décadas. Entonces, la gente vota con los pies en respuesta al exceso de intervencionismo, inseguridad jurídica, fiscalizaciones, regimentaciones, impuestos, inflación y regulaciones. Los extranjeros que emigramos a Estados Unidos sufrimos muchos de esos mismos males en los países donde nacimos y crecimos, pero ahora vemos con pesar la versión norteamericana.
El presidente Obama promete crear millones de nuevos puestos de trabajo con una política energética que pretende reemplazar el petróleo y el gas con turbinas de viento y la construcción de paneles solares en lugar de plantas eléctricas. Suena muy limpio y muy bonito, pero cada vez que decisiones políticas sustituyen las de individuos en un libre mercado, el inevitable resultado es el exagerado aumento de los costos y, por consiguiente, una dura caída del bienestar general. Ejemplos de las consecuencias del bien intencionado socialismo sobran, tanto en América Latina como en Gran Bretaña y la vieja Unión Soviética. Y el gobierno de Obama ya rompió un récord en este país imprimiendo billetes.
Si algo debiéramos haber aprendido desde hace mucho tiempo es que la prosperidad de la gente y un gobierno grande son conceptos radicalmente opuestos.
El autor es Director de la agencia AIPE
- 28 de diciembre, 2009
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