Empresarialidad a la española
En el año 2001 se creó Vitelcom, empresa tecnológica española que se dedicó a la fabricación de móviles con tecnología UMTS, EDGE, GSM/GPRS y CDMA y que suministró terminales a Telefónica Móviles aprovechándose de una nueva estrategia en el negocio de la operadora, la creación de una marca blanca que, a precios más asequibles, pretendía competir con los principales fabricantes.
La fabricación de estos móviles empezó a realizarse en una planta situada en el Parque Tecnológico de Andalucía, un centro empresarial situado en Málaga y promovido por la Junta de esta Comunidad que pretendía atraer a líderes tecnológicos mundiales a través de acuerdos y ayudas públicas para revitalizar la economía de una de las provincias andaluzas paradójicamente más prosperas. Vitelcom pidió y recibió ayudas públicas para desarrollar allí su actividad. La Junta andaluza fue generosa y mientras se mantuvieron los acuerdos con Telefónica las ventas estuvieron aseguradas, así como la viabilidad de la empresa y los puestos de trabajo. Fue una época gloriosa, con acuerdos con otros fabricantes como Grundig, pero también problemas como los que tuvo con Nokia, que la acusó de copia de patentes. Pero nada es para siempre y menos cuando se cometen errores de bulto, errores que se ven con mucha frecuencia en las empresas españolas.
El primer gran error de Vitelcom fue no diversificarse. No se puede vivir de un único cliente. A Telefónica le fue rentable mantener esta línea de negocio durante una temporada, pero el cambiante y novedoso mercado de la telefonía móvil tiene sus propios caminos y Vitelcom no pudo o no supo verlos. La principal obligación de un empresario es analizar la situación y prever los cambios de tendencias, observar las oportunidades y saber sacar partido, la viabilidad de una empresa se basa en eso. De no haber sido así, Nokia no hubiera pasado de ser una empresa dedicada a la pulpa de madera en sus comienzos en 1865 a una puntera empresa de tecnología. Los principales directivos de Vitelcom no tomaron las decisiones adecuadas y cuando Telefónica rompió el acuerdo no tenían ni una tecnología puntera ni un cliente lo suficientemente importante ni una razón para seguir existiendo.
El segundo gran error de la Vitelcom fue confiar en que se puede sobrevivir hasta el fin de los tiempos a base de ayudas públicas. Muchos empresarios españoles, sobre todo en sectores con excesivo peso de lo público (obras, proyectos, regulación, etc.), mantienen una actitud más cercana a la servidumbre feudal que a la que se debería tener en una economía basada en el libre mercado. No es de extrañar, pues la necesidad de capital en los negocios hace que los mismos empresarios los busquen en lugares donde disminuye el riesgo, sin darse cuenta de que el riesgo es necesario en el proceso empresarial. El Estado, especialista en expoliar al ciudadano para cumplir sus propios fines, mantiene en sus manos un capital que puede repartir entre aquellos que le rinden pleitesía. La corrupción es favorecida por el propio sistema.
Y Vitelcom se desmoronó, los despidos se fueron sucediendo en pocos meses. Los intentos de vender la empresa a Hyundai fracasaron. La Junta de Andalucía se quejó de que todas las ayudas que había dado a la empresa se habían perdido en una especie de agujero negro y los trabajadores, dentro de esta línea intervencionista que domina el pensamiento de la mayoría de los españoles, exigieron a la Junta que les volviera a recolocar en empresas del sector, labor a la que se ha dedicado con aparente éxito. Y así, el coste de esta gestión se debe unir a las ayudas que se han destinado a mantener un negocio que fue un fiasco casi desde el principio y que ha costado mucho al contribuyente. Es el modelo empresarial español, que da bastante pena.
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