Reeditando el Juego de la Piñata
En estos días de crisis aparecen a diario artículos ensayando respuestas desde diferentes canteras. Desde Samuelson hasta Hildebrandt, en ese orden decreciente, leyéndolos, no puedo dejar de recordar el juego de la piñata.
Los pensadores socialistas y sus variantes light son diestros en este juego. ¿En qué consiste? Es muy fácil. Arman una piñata, la llenan de juguetitos, caramelos, tonterías y después empiezan a golpearla hasta hacerla reventar. A la piñata la llaman “neoliberalismo”, o “capitalismo” (por cierto, Marx nunca utilizó esta palabra) y la llenan de adjetivos, conceptos falsos, historias que ellos – por ignorancia o estupidez – han inventado y después, cuando ya está repleta, empiezan a golpearla sin misericordia.
Felices de destruir al cuco que les hace daño. Extasiados de expulsar al demonio que ellos mismos acaban de crear. Ya extenuados, gritarán que lo vencieron. O peor aún – como ahora – dirán que “el sistema capitalista está en debacle” o que “el sistema colapsó”. Las aves agoreras del sistema juegan bien a la piñata.
Pero, ¿qué es el capitalismo o sistema de libre mercado? Es producción en masa para satisfacer necesidades en masa. En él los agentes económicos interactúan libremente para crear riqueza a partir de la satisfacción de necesidades de otros. Sólo si logran satisfacer las necesidades de las mayorías obtienen ganancias. De no hacerlo, las pérdidas terminarán por sacarlos del mercado. El mercado funciona cuando el Estado no mete sus narices. El mercado puede ver el sol cuando el Estado se hace a un lado, como le pidió Diógenes (mercado) a Alejandro Magno (Estado).
En un sistema de libre mercado, el Estado no juega pero cumple un papel fundamental. Es – como en el fútbol – el árbitro que hace cumplir las reglas del juego. El árbitro hace que las reglas se cumplan para todos por igual, es imparcial, no se casa con nadie, si alguien se acerca a pedirle favores (por ejemplo, que le valide un gol en posición adelantada), simplemente lo castiga, expulsándolo del juego.
Si alguien juega mal, calcula mal, se entusiasma y se mete un autogol, el árbitro no puede anularlo, porque estaría favoreciéndolo injustamente en detrimento de los otros jugadores. Me corrijo. Puede hacerlo. Puede incluso agarrar la pelota en sus manos, correr media cancha, esquivando a los impávidos jugadores, introducir la pelota en uno de los arcos y sentenciar un gol. Puede hacerlo. Pero con ello el juego puede llamarse de cualquier manera menos fútbol.
De la misma forma, cuando en un sistema de libre mercado el Estado deja de ser un mero árbitro y se entromete, cambiando a su antojo las reglas (a través de la reducción de tasas de interés por la Banca Central norteamericana y la reducción de los criterios de selección para obtener créditos), permitiendo de esta manera que los agentes entreguen dinero a quien no va a poder pagar y rescatándolos después de una segura bancarrota (un justo castigo, por cierto) con dinero de los contribuyentes, o entrando en connivencia con algún agente (un ejemplo muy nuestro: permitiendo la explotación de lotes petroleros sin previa licitación), el sistema deja de ser lo que es y se convierte en cualquier otra cosa (mercantilismo estatista, verbigracia), al margen que algunos lo sigan llamando capitalismo.
Tal como aclara Paul Laurent “Si éste (el mercado) hubiera operado sin interferencias, esta gigantesca contracción monetaria no se hubiera dado, pues ningún banquero suelta dinero sin tener de antemano la total certeza del retorno del mismo. Mas si este banquero es “invitado” a regalar dinero a cambio de dádivas (todas legales) por parte del tesoro público, entonces el panorama cambia. Así es como la sana codicia se torna perjudicial”. (“Crisis del Estado Regulador”)
Los supuestos verdugos del capitalismo han inventado y después combatido debilidades de un adversario al que de hecho vencerán. Quieren vender su ideario colectivista reinventando conceptos. Empero, la crisis presente – como ocurrió en el crack del 29 – no la causó el mercado. El sistema capitalista no ha colapsado, lo que ha fracasado – una vezmás – es el intervencionismo estatal.
- 23 de julio, 2015
- 4 de septiembre, 2015
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