La relación con Caracas descubre mucha debilidad de los Kirchner
El problema para Cristina y Néstor Kirchner ha dejado de ser sólo la oposición política y el campo disconforme. En pleno desarrollo de la campaña electoral acaba de estallar la rebeldía de industriales y empresarios. De sectores que, con más y con menos, acompañaron durante los primeros cinco años de la era kirchnerista el crecimiento económico que todavía le permite al Gobierno enfrentar con posibilidades el próximo desafío electoral.
El nuevo conflicto pareciera dejar al desnudo una serie de manifiestas precariedades, políticas y conceptuales, del matrimonio presidencial. Kirchner construyó durante bastante tiempo, sobre todo hasta el 2005, un vínculo con Hugo Chávez cuyo péndulo nunca estuvo quieto. Oscilaba sobre el presidente de Venezuela pero recalaba, tal vez con mayor intensidad, en Lula y en Brasil. En el radar aparecían además, aunque esporádicamente, Chile, Paraguay y Bolivia. La amistad con Tabaré Vázquez se quebró desde el pleito por la pastera Botnia.
La relación comercial con Brasil continúa siendo intensa, con los roces naturales que provoca el intercambio. Pero la sintonía política regional parece haberse estacionado desde hace rato en Caracas. ¿Qué motivos le han sujetado de esa manera? Se podría hablar sólo de aquello que se conoce.
Venezuela fue un prestamista caro, pero prestamista al fin en los tiempos en que el Gobierno de Kirchner carecía de financiamiento externo. Sigue sin existir ese financiamiento, pero Chávez no será más la mano salvadora.
No se lo permite el nuevo contexto de la crisis internacional ni los continuos trastornos del Gobierno de Cristina. La última mano del líder caribeño fue, en verdad, fatal: en agosto del 2008 compró bonos de nuestro país por mil millones de dólares que los propios bancos venezolanos remataron en 48 horas. Sucedió un desplome financiero generalizado en la Argentina.
Antes de eso ya había ocurrido el escándalo de la valija de Guido Antonini Wilson por el cual los Kirchner -en especial Cristina, en el debut de su mandato- pagaron un costo político enorme. La onda expansiva llegó a Washington y todavía no terminó de disiparse pese a que Barack Obama está en la Casa Blanca desde enero.
Luego se produjo la nacionalización de la siderúrgica SIDOR y la semana pasada de otras tres empresas pertenecientes al conglomerado argentino Techint. La respuesta de los Kirchner resultó en ambos casos tibia en términos políticos y fuera de foco desde la propia mirada que pregonan acerca de la supuesta defensa del interés nacional.
La tibieza política de los Kirchner resalta más todavía si se la compara con la reacción que tuvo Lula en el 2006 cuando Evo Morales, en Bolivia, pretendió tomar el control estatal de dos refinerías pertenecientes a Petrobras. Aunque hay algo más importante que la simple alharaca: la distinta comprensión acerca de lo que podría significar la defensa del interés nacional.
Los Kirchner vienen reduciendo ese concepto casi a un valor patrimonial. Así creyeron saldar a satisfacción el anterior conflicto por SIDOR. Así parecen que estuvieran dispuestos a enfrentar la renovada ofensiva de Chávez. Bastaría, según las definciones de la Presidenta, con alguna justa recompensa.
Ese mismo criterio imperó en la Argentina de los 90 y fue el que produjo, en parte, la desarticulación del sistema productivo. Ese criterio que se criticó mucho y con razón a los sectores empresarios es el que enarbolaría ahora el matrimonio. Una mirada simplista, pero no carente de valor, diría que Lula captó en el caso del petróleo el sentido político y económico que los Kirchner no terminan de captar con la cuestión siderúrgica.
Lo cierto es que los manejos de Chávez están volviendo a complicar a los Kirchner cuando estos afrontan un trance clave de su recorrido político. La relación con Caracas se ha colado en medio de la campaña.
La UIA reclamó que se revea el acceso de Venezuela al Mercosur. La oposición, en especial Elisa Carrió y Mauricio Macri, denunciaron complicidad del matrimonio con la decisiones de Chávez.
Los Kirchner están pagando, al fin, un alto precio por una relación que creyeron manejar, que se resistieron varias veces a rever y que, por lo visto, controla Chávez.
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