Las últimas estatizaciones podrían ser un golpe mortal para la industria petrolera venezolana
Por Carola Hoyos
Mientras las tropas venezolanas se apoderaban este mes de los activos de contratistas de servicios petroleros, la fábula de la gallina de los huevos de oro surgió reiteradamente en las conversaciones entre ejecutivos del sector.
La industria venezolana del petróleo no está muerta como la mítica gallina, pero la última ronda de nacionalizaciones podría resultar un golpe casi mortal. Los analistas creen que la decisión puede hacer caer la producción del país a mínimos que no se han visto en 20 años y provocar un vuelco significativo que redefinirá la importancia relativa de los productores de crudo latinoamericanos: ahora los destinos de México y Venezuela contrastan con el de Brasil, país que representa el futuro del petróleo en la región.
De hecho, los contratistas petroleros no son los primeros que sufren por el deseo del presidente venezolano Hugo Chávez, de usar la riqueza energética de su país para programas sociales y para incrementar su influencia entre las naciones vecinas. Durante su década en el poder Chávez diezmó a PdVSA, la compañía nacional, que en la década de los 90 estaba considerada una de las mejor administradas del mundo y, mientras los precios del crudo aumentaban de alrededor de u$s 20 a u$s 147 el barril en diez años, sacó el control de los yacimientos venezolanos de manos de las compañías internacionales y ahora puso en la mira al área de servicios.
Todo esto afectó la capacidad de producción del país, que ha caído de los 3,4 millones de barriles de antes de que Chávez llegara al poder en 1999, a apenas un poco más de 2 millones de barriles en la actualidad.
Hasta la segunda mitad del año pasado, los altos precios del petróleo enmascararon esa declinación pero, tras alcanzar un pico en julio pasado, esos precios colapsaron y llegaron a caer a u$s 32 el barril, antes de empezar a recuperarse.
Esto implicó que PdVSA, con la carga de financiar los programas sociales, ha tenido que recortar drásticamente los costos y Venezuela se ha endeudado fuertemente con los contratistas, a los que ya no puede pagarle.
Venezuela no está sola en el mal manejo de su recurso más precioso. Durante más de 50 años México rivalizó con ella por el puesto de el productor de petróleo más importante de Latinoamérica, pero también dependió demasiado del dinero que le aportaba la petrolera nacional. Por décadas el Congreso de México ha recurrido a los cofres de Pemex, hundiéndola en deudas y obligándola a pedir dinero prestado para desarrollar los yacimientos. Además, se le negaba la oportunidad de recurrir a las petroleras extranjeras para que cubrieran esa brecha, ya que se mantenían las leyes estrictas que hacen que invertir en México no sea atractivo.
Todo esto tuvo graves consecuencias. La petrolera estatal mexicana no pudo evitar la declinación natural de Cantarell, el gigantesco yacimiento que, en su pico, producía más de 2 millones de barriles diarios, pero ahora rinde ni la mitad.
Pemex tampoco compensó esta pérdida con el hallazgo y desarrollo de nuevos yacimientos. México ahora enfrenta la perspectiva de convertirse en importador neto de petróleo en el término de una década.
En cambio, hasta ahora Brasil se ha manejado bien, permitiendo que Petrobras creciera hasta convertirse en una de las petroleras más avanzadas del mundo usando inversiones y conocimientos extranjeros.
La situación es muy buena, pero la compañía brasileña también enfrenta obstáculos técnicos y financieros. La historia de Venezuela y México deben servirle a Brasil para evitar errores.
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