Vargas Llosa y el dictador
El Comercio, Lima
Democrático lector, repugna la reacción del gobierno chavista frente al escritor Mario Vargas Llosa, uno de los máximos representantes del pensamiento liberal mundial.
Y es que resulta rastrero aquello de pretender humillarlo primero en los trámites migratorios y aduaneros en Caracas, para luego invitarlo a un amañado debate público con los seudointelectuales que sustentan el régimen bolivariano.
Pero, más allá del incidente —que a la postre solo reitera la personalidad atrabiliaria del dictador y sus secuaces— recordemos algunas claves de lo que está sucediendo en la decadente Venezuela:
El coronel Chávez sí llegó por la vía electoral a la presidencia debido al colapso circunstancial de los partidos tradicionales que históricamente se dividieron el poder, el Copei y Acción Democrática. Pero esa fisura transitoria del sistema fue rápidamente aprovechada por el militar para construir una dictadura que manipula los actos electorales en el intento de perpetuarse.
Ese esquema tiene raíces en la cooptación de Chávez por una maquinaria internacional de simiente castrista, que basada en complejos cálculos estratégicos, enarbola el llamado socialismo del siglo XXI, una creación artificiosa del alemán Heinz Dietrich Steffan dada a conocer en 1996.
La adaptación tropicalizada de dicha teoría derivó en un bolivarianismo chavista que solo se mantiene por cuatro elementos incuestionables: la riqueza petrolera venezolana, la alianza siniestra con regímenes como el de Irán, el derroche populista y una absoluta desinformación interna.
Sobre esto último recuérdese que el chavismo tergiversa y esconde las realidades económicas, históricas y sociales para manipular a la opinión pública. Adicionalmente, tras el atropello y cierre de medios independientes como RCTV, hace dos años, desarrolla una permanente campaña informativa que apunta a crear su propia mitología (“la lucha heroica contra las oligarquías”, por ejemplo) y el adoctrinamiento apasionado e irracional de las masas.
Luego, —entre varios otros recursos— utiliza etiquetas denostativas para descalificar a todo aquel que se oponga a la verdad oficial de un régimen que se torna cada vez más policíaco y represivo.
Y es a ese mundillo que solo en la esquizofrenia de Chávez puede llamarse revolucionario y democrático al que Vargas Llosa y un puñado de intelectuales liberales se enfrentan con el arma solitaria del pensamiento. Hacerlo supone un valor extraordinario; aguantar estoicamente las amenazas y vejámenes subraya que la entereza de quienes creen en la libertad no se arredra frente a gobernantes que se comportan literalmente como gorilas.
Está ya demostrado que ningún régimen de opresión es perdurable y para demostrarlo allí están los recuerdos ignominiosos de todo tipo de tiranos, desde Stalin a Kim Il Sung y desde Pol Pot a Pinochet. A Chávez le aguarda, tarde o temprano, el mismo final en el basurero de la historia. La lucha, sin embargo, recién ha comenzado, pero esta vez se refuerza con la solidaridad internacional.
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