Barbijos

 

Es imposible medir la hecatombe que se habría vivido en Argentina si allí se hubiera dado en el acuartelamiento de Campo de Mayo, por ejemplo, el foco de la gripe A que se incubó en el acuartelamiento madrileño de Hoyo de Manzanares.

 

La alarma general habría empequeñecido el mismísimo fin del mundo. Cuando todavía no se había detectado ningún caso en Suramérica el aeropuerto de Ezeiza recibía al viajero con barbijos (mascarillas o barboquejos) como una secuencia de película catástrofe serie B.

 

El viajero, mosqueado, pensaba que lo normal era que le hubieran enmascarado a él en el avión, si tanto peligro se corría en tierra. Bastó que se anotara un caso en Colombia, a casi 5.000 kilómetros de distancia, para que se habilitara a la salida del aeropuerto un hospital de campaña utilizado en los Balcanes para recluir a los miles de viajeros infectados que ineludiblemente habrían de llegar.

 

Por si acaso, se prohibieron los vuelos con Méjico. Un mes después apenas si se ha detectado un quinto sospechoso en el país, aunque el gobierno sigue haciendo salir a su ministra de Sanidad todos los días a calmar, asustándolos, a sus compatriotas. Tan desaforada alarma la explicaban los observadores por la proximidad de las elecciones legislativas de finales de junio que pueden acabar con la hegemonía parlamentaria del kirschnerismo, y por la necesidad de la pareja presidencial de demostrar serenidad en medio de la galerna.

 

También aquí con elecciones a la vista el ejecutivo se empeña en no alarmar a la población ya de por sí angustiada por la crisis. El argumentario del poder ha insistido en no aterrar con que un acuartelamiento madrileño haya tenido «inmovilizados» a quinientos de sus soldados o que el foco se extendiera a León.

 

Puede que la campaña electoral haya alimentado la sospecha de una cierta propensión a la ocultación, pero el desenlace le ha dado la razón a la cautela, lejos del susto de mascarillas y barbijos.