Verdes… de culpabilidad
En una ocasión se celebró un concierto de Indianápolis con 50 pianos como atracción principal. Instrumentos espléndidos, los pianos. No obstante, 50 pudiera resultar excesivo. Al igual que el coro de voces de hoy que nos insta a salvar el planeta.
En la historia de las democracias desarrolladas, con opiniones públicas alfabetizadas informadas por medios de comunicación de masas, no existen precedentes del alistamiento de medios de comunicación hoy que se apuntan a la cruzada por promover "la sensibilización" con el calentamiento global. Con respecto a esto, el periodismo, que presume de ser escéptico e inconformista, no es ninguna de las dos cosas.
El incesante tormento lanzado por la campaña "de sensibilización" del conglomerado político-mediático ha suscitado una cómica respuesta en la forma de "La familia Goode,” un programa de entretenimiento de dibujos animados que se emite en la ABC a las nueve de la noche horario de la costa este. Los dibujos parecen ser, lamentablemente, el medio más eficaz de llamar la atención de una audiencia masiva. Aún así, el programa es agradable prueba del estallido de lo que se ha venido en llamar "la burbuja verde”.
Gerald y Helen Goode, sus niños y perro Ché (cuando está vigilado, es vegetariano; cuando nadie le vigila, las ardillas desaparecen) residen en una ciudad dormitorio en la que las camisetas entre otros medios instruyen ("Comer carne es asesinato”), amonestan (“No mates árboles”) y exhortan (“Apoya a nuestras tropas… y a sus enemigos”). La Universidad, donde trabaja Gerald, da libertad a los estudiantes. Y cuando Gerald dice que su departamento necesita dinero para elevar el porcentaje de trabajadores de minorías, su jefe responde alegremente, "O podríamos despedir a tres blancos simplemente. ¡Todos ganan!” Helen hace la compra en un supermercado One Earth respetuoso con el medio ambiente, donde la vergüenza fomenta por las malas la responsabilidad social: "Atención señores clientes de One Earth, el conductor del todoterreno de lujo se encuentra en el pasillo cuatro. Es el que lleva la gorra de béisbol”.
El crítico televisivo del New York Times lo desaprueba. El programa "parece agresivamente desvinculado del humor actual, como si hubiera sido concebido entre principios y mediados de la década de los 90, cuando era posible encontrar escépticos del calentamiento global incluso entre las personas razonables e informadas”. Es una muestra perfecta (por ser totalmente complaciente) del chirriante engreimiento de los salvadores del planeta, comunicado por un guionista: la disidencia razonable es imposible. En fila los pianos.
“La familia Goode” no amenaza la posición de Jonathan Swift como el principal guionista satírico en lengua inglesa. Pero cuando un niño Goode pide perdón a su padre por conducir demasiado, y el padre responde, "No te preocupes,… lo importante es que te sientas culpable por ello", el programa toca un resorte importante: la ecología como psicología.
En “La burbuja verde: por qué sigue implosionando el ecologismo” (The New Republic, 20 de mayo), Ted Nordhaus y Michael Shellenberger, autores de “La ruptura: por qué no podemos dejar en manos de ecologistas salvar el planeta", dicen que hace unos cuantos años, ser ecológico "iba más allá de la política”. Los gestos — llevar bolsas reutilizables a la compra, comprar tomates no híbridos a 4 dólares, hinchar los neumáticos, aislar las ventanas — "cobraban nueva urgencia" y "de pronto estaban infundidos de gran significado”.
El consumo ecológico se convirtió en "consumo posicional", que identifica al consumidor como miembro de una élite moral e intelectual. Un estudio de 2007 concluía que el 57% de los propietarios de coches Prius decía haber comprado su coche porque "dice mucho de quién soy”. Honda, al quite del sector del mercado sensible al carácter, retocada su híbrido Insight de 2009 para parecerse al Prius.
Nordhaus y Shellenberger observan "la insignificancia" reveladora, como medida medioambiental, de plantar huertos o utilizar bombillas de bajo consumo. Su significado es terapéutico, pero no para el planeta. Hacen que la gente se sienta mejor:
“Después de todo, no podemos escapar del hecho de que dependemos de una infraestructura — carreteras, edificios, sistemas de saneamiento, centrales eléctricas, redes de distribución, etc. — que exige grandes cantidades de combustibles fósiles. Pero la irrelevancia ecológica de estas prácticas es irrelevante”.
La idea del "ecologismo utópico" era reducir la culpabilidad. Durante la burbuja verde, muchos estadounidenses "fueron cautivados por las ideas inseparables de que la civilización humana podría derrumbarse pronto — y que estamos al borde de un súbito cambio de signo en la conciencia, uno que nos permitirá sanarnos a nosotros, a nuestra sociedad y a nuestro planeta. Temores apocalípticos se mezclan sin tapujos con esperanzas utópicas”. Actos triviales, de pronto — comprar bombillas, por ejemplo — infunden de importancia cósmica nuestras anodinas vidas. Pero:
"Los verdes observan con frecuencia que el cambiante clima global se cebará con los pobres del mundo; olvidan mencionar que los pobres son también los que más tienen que ganar del desarrollo alimentado mediante combustibles fósiles baratos como el carbón. Para los pobres, el clima ya es peligroso”.
Bien, dicen Nordhaus y Shellenberger, “la burbuja verde” ha estallado, reventada por la repugnancia cada vez más acusada de los estadounidenses a seguir la vía verde al precio del crecimiento económico. El lado oscuro del utopismo consiste del "escapismo y la desconexión de la realidad presentes en todas las burbujas, ya sean verdes o financieras”. Reconectar con la realidad se cuenta entre los beneficios de la recesión.
© 2009, Washington Post Writers Group
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