Argentina: Combatiendo al capital
Aunque no lo dejen cantar la marcha con la versión de Hugo del Carril, es evidente que el candidato Kirchner quiere mostrarse más peronista que nunca. Después de todo, su principal preocupación es mantenerse como accionista importante del PJ y ganar la interna de la Provincia de Buenos Aires, frente al otro peronismo, “el de los 90”, el que tenía relaciones carnales con los Estados Unidos y no con Venezuela.
Es natural, entonces, que escale en su estrategia de atacar a los empresarios locales que se llevan la plata afuera, se reparten honorarios cuantiosos y no les reconocen premios a sus empleados, mientras, simultáneamente, su mujer le presta plata de la ANSES a una empresa del imperio, para que fabrique un “auto argentino”.
Pero si en campaña electoral ésta es la actitud del candidato, lo más probable es que a los votantes que busca cautivar ese discurso les guste. Dicho de otra manera, difícilmente Néstor Kirchner hubiera atacado a Techint o a otra empresa local, si no creyera que ese ataque podría darle votos.
Relato y objetivos
De manera que más que analizar el “relato” kirchnerista, lo que conviene analizar es la relación que existe entre esta posición ambigua que mantiene la sociedad argentina frente al capital, y la tasa de crecimiento del país y el bienestar de sus habitantes.
Como le he contado más de una vez desde esta columna (no hay que cambiar de chiste sino de auditorio), para competir en este mundo globalizado, o se tiene acceso a capital a bajo costo, o se tiene trabajo barato, o se tienen accesibles ambas cosas. Si se quiere tener trabajo caro, en forma sustentable, entonces, el capital no puede ser caro.
Los países desarrollados, por su condición, tienen mucho capital y mucho crédito. Tienen capital barato. Por lo tanto, pueden darse el lujo de tener altos salarios. Los emergentes exitosos, que entendieron esta regla a la perfección, se encargaron, en los últimos años, de generar un clima propicio para el desarrollo y ampliación de su mercado de capitales. De esa manera, a medida que empezaron a abaratar el capital, empezaron a mejorar el salario de sus trabajadores.
Obviamente, todavía están lejos del nivel de los más desarrollados pero, claramente, la dinámica es extraordinaria. Cae la pobreza, y mejora la situación relativa de los sectores de menores ingresos. De hecho, el boom de ahorro y crédito global de los últimos años, con toda su artificialidad que acaba de explotar, dio lugar al período más extraordinario de caída de la pobreza en el mundo, que el aumento del desempleo de este año y, probablemente, el próximo, no alcanzará, afortunadamente, a retrotraer totalmente.
Reglas
La sociedad argentina nunca entendió la dinámica de esta regla. Siempre se pensó la relación capital-trabajo como un juego de suma cero estático. Si se le daba al capital se le sacaba al trabajo.
El peronismo, pero en este tema, como decía el General, “peronistas somos todos”, inauguró aquello del “fifty-fifty” para compartir entre asalariados y capitalistas, pero no como el resultado de un proceso natural de abaratamiento del capital y encarecimiento del trabajo, sino forzando artificialmente el aumento de los salarios, en un clima adverso al mercado de capitales. Por lo tanto, el efecto fue el inverso. Más allá de fogonazos de corto plazo, la realidad de largo generó capital cada vez más escaso y caro y, por lo tanto, a medida que la globalización avanzaba, también la caída de los salarios.
La solución transitoria a este dilema, no fue cambiar el enfoque hacia el capital, sino intentar cerrar la economía y “vivir con lo nuestro”. Este esquema se agotó rápidamente, dado que la autarquía impide, en un mundo interrelacionado y de producción industrial masiva, crecer y progresar. A partir de allí, seguimos queriendo “inventar la tercera posición”. Atraer al capital, pero con prebendas, o relaciones especiales con el Gobierno, o protecciones. O crédito dirigido. Obviamente, sólo pocos acceden a este negocio y los amigos del poder no son, necesariamente, ni los más eficientes, ni los mejores. En consecuencia, los salarios mejoran para unos pocos, o para muchos, sólo por un ratito, hasta que la realidad se impone de nuevo.
Mientras la Argentina no salga de esa trampa, que no significa “capitalismo salvaje”, sino que significa derechos de propiedad estables, sistemas impositivos sin sorpresas. Reglas claras para todos. Poder Judicial independiente. Baja inflación.
Mientras sigamos “combatiendo al capital”, seguirá habiendo capitalistas con poca vocación de competir y mucha intención de ganar rápido, antes que se acabe el negocio, sean expropiados directa o indirectamente, o los amigos dejen el poder.
Y asalariados que vivirán, por un tiempo, la ilusión de que mejoran sus ingresos, hasta que la devaluación y la inflación, los ponga de nuevo en el lugar que corresponde al costo de capital de la Argentina. No hay alternativa, cuando el capital genuino es escaso, los salarios a la larga, son bajos. Muy bajos.
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