Dos anacronismos
Las evidencias indican que los gobiernos de Barack Obama y Lula Da Silva -el verdadero eje político continental- se pusieron de acuerdo para orquestar el retorno de Cuba al sistema interamericano, aprovechando el escenario de la reciente Asamblea de la OEA en Honduras. Todo lo cual estaría en perfecta sintonía con la política de “apertura” de la nueva Casa Blanca y la diplomacia “inclusiva” de Brasilia.
Algunos analistas han señalado que la exclusión de Cuba de las instancias interamericanas resultaba un anacronismo, ya que ese país forma parte activa del sistema de Naciones Unidas y, así mismo, de los mecanismos iberoamericanos de coordinación internacional. ¿Por qué, entonces, Cuba no puede incorporarse a la OEA, si es miembro de la ONU, la Unicef, la FAO, la Unesco y la reunión Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno?
La respuesta estaría en el otro anacronismo relacionado con Cuba, vale decir, su régimen de organización política, económica y social alineado a la ortodoxia comunista y resueltamente despreciativo de los valores y condiciones de la gobernabilidad democrática: elecciones libres, separación de poderes, pluralismo político, libertad de expresión, garantía de derechos humanos y propiedad privada.
Y es que estos principios no son meras referencias de disquisición intelectual, sino que constituyen el fundamento programático de la OEA, sobre todo a partir de la aprobación de la Carta Democrática Interamericana en el 2001. Al fin y al cabo, la OEA complaciente con los regímenes autoritarios de los años 50, 60, 70 y 80, supuestamente le abrió pasó a otra OEA dispuesta a extender y defender los conceptos básicos de la democracia en toda la región.
La contradicción, por tanto, salta a la vista: ¿cómo podría un país cuyo régimen representa la negación de la Carta Democrática, incorporarse plenamente a la organización interamericana encargada de hacerla valer?
Hillary Clinton y Celso Amorim trataron de resolverla con el tenue condicionamiento incluido en la resolución de bienvenida a La Habana. Tocaría, entonces, a Cuba realizar manifestaciones concretas de democratización si en verdad fuera su deseo ocupar una curul en la sede del organismo en Washington. La respuesta de los hermanos Castro ha sido reiterada en el rechazo a volver a la OEA, y más tajante aún en el propósito de reforzar el andamiaje comunista de la cincuentenaria revolución.
En pocas palabras, el primer anacronismo o la exclusión cubana de una entidad intergubernamental como la OEA, se deriva del segundo anacronismo o su condición de dictadura caribeña en pleno siglo XXI.
Si Cuba hiciera su entrada triunfal en el sistema interamericano, sin haber cambiado un ápice su régimen dictatorial, entonces mañana o pasado la OEA no tendría autoridad alguna para reclamar la ruptura democrática o el surgimiento autoritario en cualquier otro país miembro. Porque una cosa es que no la quiera ejercer y otra que aún queriendo no lo pueda hacer.
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