El ajedrez electoral argentino
El milenario ajedrez se compone de dos elementos: el tablero y las piezas. El tablero se divide en casilleros y las diversas piezas, que sobre él se desplazan, poseen diferentes valores, desde los humildes peones hasta el decisivo rey. El juego enfrenta a dos rivales que despliegan estrategias para vencer. Se logra el objetivo apoderándose de casilleros y piezas, hasta sofocar al adversario. Existen dos maneras de ganar en el ajedrez: dando jaque mate, cuando se deja sin movimientos al rey del adversario, o forzando a éste a abandonar, ante la certeza de un final desfavorable. Si el combate es parejo y ninguno logra prevalecer, los jugadores podrán acordar un empate, que en la jerga se llama "tablas".
Hasta cierto punto, es factible describir un enfrentamiento electoral por medio de una analogía con el ajedrez. En una competencia política se enfrentan rivales que buscan capturar votantes dispuestos, como piezas de ajedrez, sobre un tablero electoral. En esa superficie, hay territorios que poseen el valor insustituible de un rey, y hay otros que semejan a modestos peones, pero que, como en el juego, pueden ser claves para alcanzar la victoria.
En las próximas elecciones, los competidores principales serán tres, no dos: el kirchnerismo, el peronismo disidente y el acuerdo de las fuerzas no peronistas. El tablero electoral, donde ocurrirá la batalla, puede dividirse en cuatro grandes casilleros, que resultan de la intersección de dos ejes imaginarios: uno oscila entre el kirchnerismo y el no kirchnerismo; el otro, entre el peronismo y el no peronismo. Bautizaremos a cada uno de estos cuatro espacios con nombres cacofónicos: "kirchnerismo peronista", "kirchnerismo no peronista", "peronismo no kirchnerista" y "no peronismo no kirchnerista". Como puede apreciarse, la definición de los casilleros está hecha en función de Kirchner y del peronismo, que parecen ser, sin menospreciar al resto, los protagonistas de este democrático certamen.
En el casillero donde coinciden el peronismo y el kirchnerismo, están los Kirchner, Scioli y los jefes territoriales que adhieren al Gobierno. En el casillero contiguo -que corresponde al kirchnerismo no peronista-, se acantonan otros aliados del oficialismo. Este espacio lo habilitó Kirchner cuando ensayó la transversalidad y tuvo su cenit con el ingreso de Julio Cobos. Ahora quedan allí un par de gobernadores radicales, los intelectuales de Carta Abierta y los piqueteros afines al Gobierno.
Por fuera de esos casilleros, en los que reina el ex presidente, se extiende el territorio de las fuerzas que componen la oposición. En el espacio peronista no kirchnerista se ubican los disidentes De Narváez, Solá, Duhalde, Reutemann, Rodríguez Saá, Macri y todos aquellos que sostienen que el matrimonio gobernante ya no interpreta los ideales de Perón y Evita. Tanto ellos como Kirchner se dicen peronistas, pero ambos bandos escenifican un conflicto de intereses cuyo final más probable es la reunificación.
Por último, en el espacio que hemos denominado "no peronista no kirchnerista" se encuentra el resto del espectro político argentino, históricamente opositor al peronismo. Hoy conforman ese núcleo la UCR y sus desprendimientos (Coalición Cívica de Carrió y GEN de Margarita Stolbizer), el socialismo y otras agrupaciones menores.
En este contexto, son posibles dos recuentos de fuerzas en el tablero electoral. Depende de la lectura que se haga de él. Si se lo enfoca considerando la distribución de votos entre oficialismo y oposición, resulta que el Gobierno reúne aproximadamente el 35% y la oposición, el 65%. Si se lo aprecia, en cambio, considerando la distinción entre peronismo y no peronismo, se observa que el peronismo aglutina al 65%, mientras que el no peronismo alcanza al 35%.
Las piezas que se disputarán estas fuerzas el 28 de junio son los distintos segmentos del electorado argentino. Distinguiremos cinco agrupamientos, en los que se puede clasificar al 95% de los votantes según su conducta política y la simpatía que expresen hacia las diversas ofertas electorales. Como en el ajedrez, el competidor que logre "comer" más piezas a sus rivales se llevará el triunfo.
La primera pieza que deben conquistar tiene un destino previsible. La conforman los "peronistas cautivos", que representan el 20% del padrón. Ellos dicen sentirse cerca del peronismo y votarlo siempre. Pertenecen a los sectores populares, viven en el segundo cinturón del Gran Buenos Aires y en ciudades chicas del NEA y el NOA. Estos electores, que poseen bajo nivel educativo y son objetos del clientelismo, votarán, con alta probabilidad, al peronismo de los caciques territoriales, que hoy responden en su mayoría a Néstor Kirchner.
Similar en su conducta electoral a los peronistas cautivos, pero con menor compromiso emocional y mayor autonomía que estos, existe otra franja de adherentes al movimiento fundado por Perón. Los llamaremos "peronistas periféricos". Reúnen al 10% del padrón y su característica es que votan con frecuencia al peronismo sin involucrarse afectivamente con él. Kirchner y De Narváez están compitiendo palmo a palmo por obtener el favor de este sector.
Luego viene el segmento crucial de toda elección moderna. Lo denominaremos el de los "independientes puros". Agrupa al 35% de los electores. Estos votantes son volátiles y escurridizos. Afirman que en los comicios eligen al candidato o partido que les parece mejor. Poseen fama de sesudos evaluadores, pero no es tan así. Apenas un tercio de ellos se informa, sopesa alternativas y opta con racionalidad. El resto es profundamente apolítico y decide el voto a último momento por los rasgos más nimios y banales de los candidatos. Por eso, resulta el objeto preferido de los spots televisivos, que son el arma idónea para convencer a los ciudadanos de baja intensidad.
No está claro qué harán los independientes en las próximas elecciones. Kirchner se suaviza buscando seducir a una porción menor. De Narváez y Carrió se los disputan cabeza a cabeza.
Existe otro tipo de independientes, que suman el 15% del electorado. Son independientes con una salvedad. Dicen que pueden votar a cualquier fuerza electoral, menos a una afín al peronismo. Sin embargo, las internas abiertas del justicialismo los confunden: parte de ellos ya votó a Kirchner en 2003 y ahora, sin reparar en los parecidos de familia, está pensando en De Narváez y Macri. Por eso, estos disminuyen la dosificación populista de su mensaje. Los independientes no peronistas deberían votar al Acuerdo Cívico y Social, pero eso está por verse. De allí que Carrió y Stolbizer centren su discurso en tratar de demostrar que el peronismo es indivisible.
El tablero se completa con los votantes de prosapia radical. Suman aproximadamente el 15%. Pertenecen a una clase media empobrecida, son educados y tienen más de 50 años. A estos electores no los confunden las peleas del peronismo: nunca lo votaron ni lo votarán; forman parte de otra cultura. En los últimos años apoyaron tanto a candidatos orgánicos del partido como a los radicales escindidos Carrió y López Murphy. El 28 votarán masivamente al Acuerdo Cívico y Social.
Este es el tablero y éstas son las piezas. Ahora bien: ¿cómo se gana esta partida? No es fácil saberlo porque, a diferencia del juego, parece haber más variantes que el jaque mate, el abandono o las tablas para definir el desenlace. En el ajedrez electoral argentino no se pelea sólo por los votos, sino también por la interpretación del resultado.
Kirchner, fiel a su visión maniquea, quiere demostrar que hay dos modelos: uno, beneficioso, que es el suyo, y otro mortífero, que es el de sus rivales. Además, debe lograr que se acepte su razonamiento infantil: el que obtiene una mínima ventaja (digamos un pelito) es el que gana. Con tales argumentos pretende retener a los peronistas cautivos, comerle a De Narváez una parte de los peronistas periféricos, y quedarse con un trozo de los independientes puros.
De Narváez y los disidentes intentan demostrar que Kirchner ya no representa al peronismo, ni protege a los ciudadanos del delito. Y Carrió y los suyos apuestan a convencer a los votantes de que la división del peronismo es una farsa. Desde distintos casilleros, las fuerzas opositoras pelean por los independientes (puros y no peronistas), pero no están dotados de recursos equivalentes para convencerlos.
En este juego de tres (el resto no tiene chances, pero recibirá muchos votos hastiados) hay ciertas peculiaridades. Ninguna resulta alentadora. Primero, son elecciones que muestran con crudeza los estragos de la ausencia de partidos. Segundo, no existe paridad entre las fuerzas, porque dos de los competidores disponen de muchos recursos (Kirchner y De Narváez) y el restante (el Acuerdo Cívico) carece de ellos. Tercero, nadie plantea propuestas, los argumentos esgrimidos son para descalificar al adversario; parece más rentable pegar que pensar. Cuarto, la televisión de aire -que es a la que accede la mayoría- desechó el debate. Prefirió la parodia a las ideas. Lo que hace provoca risas (que no es poco) y demuestra el talento de humoristas y maquilladores. Pero si ése es el único servicio que la televisión prestará a la política, estamos en problemas.
Sobre el tablero electoral se está desarrollando una partida mediocre, de final incierto. Es un juego de visión estrecha y pura táctica. En el ajedrez que imaginó Borges, donde "Dios mueve al jugador y éste, la pieza", había estrategia y trascendencia. Quizás alguna vez nuestros dirigentes quieran emular esa fantasía. Las piezas del juego, que son los argentinos, acaso tendrían mejor destino.
El autor es sociólogo y director de Poliarquía Consultores
- 28 de diciembre, 2009
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- 8 de junio, 2015
- 4 de septiembre, 2015
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