OEA expulsa democracia
Ya es oficial. Con mayoría unánime, la Organización de Estados Americanos (OEA) revocó la suspensión, de 1962, al gobierno cubano. Como miembro aceptado, puede volver cuando quiera sin ningún concreto condicionamiento. La dispositiva de ejercer ese cautivador concepto de “dialogar”, no le causará ningún inconveniente a la dictadura castrista. Inconsecuente con el romanticismo revolucionario, los regímenes y movimientos marxistas-leninistas han ganado siempre más sentados en la mesa de negociación, que bregando en los campos de batalla. Su secretario general, José Miguel Insulza, lideró esta campaña. El “panzer” (como le dicen los que lo conocen), la calculó bien para gestar su ataque. Con el mismo éxito que tuvieron los tanques panzers alemanes sobre la democracia europea, así también arrasó Insulza del seno del foro hemisférico, el principio político que Churchill llamó el “peor, exceptuando todos los otros”.
En la guerra el “timing”, dicen los expertos, es relevantísimo. Insulza, con cuatro años ya de jefatura del organismo continental, tuvo la ensombrecida astucia política para saber esperar el propicio momento. La responsabilidad de escarnecer los principios democráticos que había incorporado la OEA en sus estatutos por enmienda, cae, sin embargo, sobre muchos. Las consecuencias de esta lamentable ocurrencia destapa no sólo la complicidad (explícita o tácita), de supuestos líderes democráticos, sino hace más lúcida la agenda que busca los obvios conspiradores. Lo peor, es a lo que se expone todo el hemisferio por la irresponsabilidad histórica de algunos ilusos (en el mejor caso).
Cuando ganó la presidencia estadounidense Barack Obama, contó no sólo con el 52% del electorado norteamericano, sino también el 100% del beneplácito de las dictaduras de La Habana, Pyongyang, Teherán, Caracas, et al; y aspirantes a lo mismo en Quito, Managua, Buenos Aires, etc. Más allá de que si el mensaje de “cambio”, que estas dictaduras y tentativas dictaduras enarbolan sea idéntico o no, al que sostiene Obama, lo cierto es que la clara y amplia admiración del actual presidente norteamericano hacia individuos, principios y corrientes de la izquierda radical, a través de su vida, hace comprensible esa euforia. Eso es gran parte del problema. Tienen razón para estar optimistas con Obama. Ya no hay en la Casa Blanca un individuo con el fervor de enfrentar la expansión socialista. Menos si viene con el vestuario de “demócrata” (tan preferida últimamente por la izquierda radical latinoamericana) o prosiguen itinerarios dependientes de fijaciones de conflicto de clases. La ultraja a la Carta Democrática de la OEA, con Bush, no lo hubieran logrado. Insulza por eso esperó.
El deseó que regrese Cuba comunista a la OEA, obedece intereses mucho más integradores de que ocupe una silla un sumiso a los hermanos Castro. Hasta ahora la OEA, a pesar de su esterilidad en tantos asuntos, no era la ONU. Un ejemplo de esta decadencia ética, es tener en la ONU a los violadores más grotescos de los derechos humanos del mundo, liderando, increíblemente, las comisiones monitoras de los derechos humanos. Ahora ese relativismo moral marcará su pauta descaradamente, con el sello aprobatorio del máximo foro multilateral en este hemisferio. De hecho, la OEA ha certificado procesos electorales fraudulentos y los ha llamado “democráticos” (i.e., Venezuela). Violaciones a constituciones, libertades civiles, el Estado de derecho, separaciones de poderes y autonomía institucional (requisitos para una auténtica democracia), han pasado desapercibidos. Ya la brújula moral de la OEA no las capta. En la agenda está la fundamentalización del izquierdismo en las Américas.
La de-construcción del concepto democrático ya hace tiempo que está en marcha. La izquierda radical, obligatoriamente, lo tiene que hacer. No sólo por requerimientos del léxico ideológico, sino por la facilidad que le prestaría un concepto bastardizado, a la práctica del absolutismo. Esta fabricación de una “democracia” (popular, directa, participativa, etc.), pretende justificar ejercicios socio-políticos extremistas. El asentimiento de la OEA, sería una fuerza de legitimidad impresionante en la campaña para esta nueva configuración de la democracia.
Cuba juega un conveniente papel en todo esto. No sólo por la desesperación de darle al castrocomunismo, imaginativamente, un rostro de civilidad hacia el mundo no-socialista (particularmente los EE UU), que en definitiva, es quien le pudiera resolver el agudo problema económico a largo plazo. En esta ola de frenesí marxista-leninista latinoamericano, el castrismo busca intentar prolongar su criollo comunismo, sin los Castro. Lo patético de esto, no ha sido ver los conocidos aliados y aduladores de la tiranía cubana, i.e., Chávez, Correa, Ortega, Kirchner, Lula e Insulza, etc., en acción. Lo más vergonzoso ha sido contemplar a líderes democráticos no-socialistas, i.e., Uribe, García, y Calderón (y sus cancilleres), tratar de racionalizar la desvergüenza. Y, naturalmente, en este grupo no puede ser omitida la representante del gobierno de Obama, Hillary Clinton y su comitiva.
La delegación norteamericana lideró este cantinflesco grupo. Los argumentos que han ofrecidos ellos y los cabilderos académicos del castrismo (Diálogo Interamericano, et al.) van, desde mitigar moralmente el problema como uno de irrelevancia con la época (“fin de la Guerra Fría”), que se le quite el “pretexto” al régimen castrocomunista de ser como es o de convencerlos, por medio del “diálogo”, a abandonar 50 años de prácticas de barbarie y civilizarse. Interesantes, pero absurdas observaciones que apuntan a enfrentar una audiencia aprobatoria, sólo si es separada del conocimiento de la historia, los hechos y de la dictadura cubana.
La Guerra Fría es un eufemismo para explicar un periodo donde hubo un intento bestial del comunismo internacional de subvertir el mundo no-totalitario y la resistencia que este último le dio (particularmente los EE UU). Que la metodología haya cambiado, no significa que los objetivos de marxistas-leninistas hayan mermado. El violentar el orden constitucional y social, no desde las selvas o las calles con bombas furtivas, sino desde los pasillos de parlamentos, no rinde la resistencia ejercida en la “Guerra Fría” fuera de tiempo. Al contrario. No sólo obliga una rigorosa aplicación en numerosos campos, sino también una cautelosa revisión para combatir el nuevo modus operendi de la izquierda radical.
Quien a estas alturas tenga dudas de que el castrocomunismo sea una dictadura par excelance y que medidas de inclusión como estas servirán para rendir neutral “pretextos” explicativos de su despotismo inhumano, es ofensivo al raciocinio coherente. Si somos adultos, esto es inadmisible. El “dialogar” es otra de las ingenuidades más populares. Sin entrar en el bagaje emocional y mixto que dicha palabra carga (particularmente en la comunidad exiliada cubana), la esencia del término radica en el potencialidad que ofrece para discutir puntos de vistas y lograr un acuerdo.
El dialogar, en el entorno político usado por los emisarios de la OEA, presupone una condición preliminar de igualdad entre los interlocutores. Por eso es una falacia lógica. Su argumento reposa sobre falsas suposiciones del problema (falacia causal). La validez de su aplicación es relativa sólo con respecto a una argumentación retórica y la satisfacción emocional de las partes involucradas. En otras palabras, no resuelve nada. Los comunistas cubanos (y su “máximo líder”) han demostrado una gran capacidad para la mono-tertulia. Ahora la OEA padecerá de ser receptores de las lecciones (o reflexiones) de la oficialidad castrista. El poder político, sin embargo, es un tema, para el régimen castrista, no-negociable. Nada, por el momento, que ponga ese monopolio en juego, estará sobre el tapete.
La entrada de Cuba comunista a la OEA fue por una puerta giratoria. La democracia salió, con una patada en el trasero, a la misma vez. La oportunidad de redimirse de sus pasadas negligencias con el pueblo cubano, fue desaprovechada. El clima político parece haberse acomodado con la inmoralidad. De ahora en adelante, la lucha contra la subversión socialista, se llevará desde otras trincheras. La OEA se alió con los enemigos de la libertad y del sistema socio-político que mejor lo complementa, la democracia.
Julio M. Shiling esDirector de Patria de Martí
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