Colombia: Otra injusticia a plena luz
El Tiempo, Bogotá
En la tenebrosa historia de injusticias que han venido cometiéndose en Colombia por cuenta de magistrados o fiscales parcializados, la más grande acaba de ser puesta en evidencia por la revista Semana. Me refiero al caso de los Araújo, padre e hijo. Acusados de haber sido los autores intelectuales del secuestro de Víctor Ochoa, en enero del 2002, es este último, el secuestrado de entonces, quien por primera vez refuta tales cargos.
En la entrevista a Ochoa que publica Semana, varias cosas quedan en claro. La primera es que el suyo no fue, en última instancia, un secuestro político sino un secuestro de las Auc para obtener como rescate el pago de cien mil dólares. Amigos y aliados políticos de Ochoa, los Araújo tenían interés en lograr su rescate, no en su secuestro. También queda en claro que Elías, hermano de Víctor, jamás quiso formular una denuncia ante la Corte contra Álvaro Araújo Castro ni contra su padre. No tenía ni pruebas ni la intención de hacerlo.
¿Qué ocurrió entonces? Lo escribí alguna vez en Semana. Por razones de seguridad, luego de sus declaraciones en el juicio seguido a 'Simón Trinidad', a Elías Ochoa se le nombró cónsul en Barquisimeto. Al verse obligado por las normas vigentes a retirarse de su cargo luego de cuatro años de ejercerlo, quiso que su propia esposa fuese nombrada en su remplazo. Estimaba peligroso volver a Colombia. Tomando en cuenta estos problemas de seguridad, Francisco Santos consiguió que la esposa de Ochoa siguiera cursos de formación en la propia Cancillería. Y estaba listo el decreto cuando, para sorpresa de Ochoa, su paisana y amiga, María Consuelo Araújo, recién nombrada Canciller, se negó a firmarlo. ¿Por qué? Fácil entenderlo. Podía ser visto como un censurable desliz clientelista a favor de un amigo político de su propio hermano. El suyo fue un escrúpulo ético.
En cambio, Elías Ochoa malinterpretó a la Canciller, se sintió perseguido por ella y así, ofuscado, se lo participó a Francisco Santos, su garante de seguridad. En su molestia, le citó un avieso comentario oído a un amigo y coterráneo tiempo atrás, según el cual los Araújo, padre e hijo, algo habían tenido que ver con el secuestro de su hermano Víctor. No era revelación de algo visto o sabido, sino una de esas conjeturas irresponsables que se lanzan de pronto entre amigos; sólo eso. Ninguno de nosotros está a salvo de ellas. Sin ir más lejos, hallándome hace dos semanas en Venezuela con Mario Vargas Llosa y otros amigos, el presidente Chávez permitió que uno de los "intelectuales" suyos con los que nos quería enfrentar me llamara por televisión aliado de los "narcos" y los "paras". ¿Merecería una investigación en mi contra?
Pues bien, aquella carta que Elías Ochoa le envió a Francisco Santos, este se la remitió a la Corte Suprema de Justicia.
¿Consideró que era su deber? Así lo piensa él. Pero conociendo a Pacho, temo que haya sido más bien una precipitación muy propia de un carácter impulsivo como el suyo.
El resto lo sabemos todos. Enemigos de Uribe, los magistrados le dieron gran resonancia a la supuesta denuncia contra un senador cercano al Gobierno. También el fiscal Mario Iguarán cuando el caso cayó en sus manos. Nunca se tomó en cuenta que Elías Ochoa siempre aclaró ampliamente lo escrito y deploró con vehemencia las consecuencias judiciales desatadas por una carta de carácter privado. De su lado, Víctor Ochoa declara ahora en Semana que tal acusación no le cabe en la cabeza. ¿Entonces? Si escuchara a su conciencia, el Fiscal comprendería que en este caso de los Araújo, padre e hijo, sólo cabe la reparación de una gran injusticia cometida y ahora exhibida a plena luz.
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