Los espías que vinieron del frío
Libertad Digital, Madrid
Walter Kendall Myers y su esposa Gwendolyn creyeron haber descubierto el verdadero paraíso socialista cuando llegaron a la Habana en 1978. Atrás habían dejado el frío de Washington y los valores de una sociedad capitalista que repudiaban secretamente.
El caso de supuesto espionaje al servicio de Cuba de esta pareja septuagenaria que podría enfrentar cadena perpetua, es un episodio más de la Guerra Fría entre la dictadura castrista y los sucesivos gobiernos de los Estados Unidos en el último medio siglo. Lo más irónico del caso es que recientemente, durante la Cumbre de la OEA que se celebró en Honduras, los países amigos de Cuba dieron por muerta esta etapa y aseguraron que el Gobierno cubano estaba listo para iniciar una era de deshielo con la Administración Obama.
La detención del matrimonio Myers no hace más que corroborar las sospechas de que el espionaje por parte de los servicios de inteligencia cubanos goza de muy buena salud. Aparentemente, el señor Myers, un funcionario retirado del Departamento de Estado, durante treinta años espió para Cuba y contó con la estrecha colaboración de su esposa. Según se ha podido saber, tuvieron acceso a numerosos informes de máxima seguridad que pudieron trasmitir a la Habana para ayudar en la Guerra en Angola o para vendérselo a los soviéticos. En estos momentos los fiscales federales están evaluando las consecuencias y daños de esta presunta operación.
Lo que sí ha quedado claro es la profunda admiración que desde el principio Walter Kendall Myers sentía por la Revolución Cubana. Una vez más, se trata del enamoramiento de un académico con la fantasía marxista de una sociedad justa e igualitaria. A finales de los setenta, el matrimonio fue "captado" por un diplomático cubano ante Naciones Unidas durante el Gobierno de Jimmy Carter. Fue el principio de numerosos viajes clandestinos a la Isla que culminaron en 1995 con un breve encuentro con Fidel Castro, a quien el ex funcionario estadounidense llegó a calificar de "líder brillante y carismático".
Al matrimonio le requisaron una radio de transmisión, mensajes encriptados y toda la parafernalia habitual que suelen manipular los agentes en las novelas de espionaje. Al parecer, Walter y Gwendolyn Myers solían citarse con sus enlaces en los supermercados para efectuar el canje de documentos clasificados. Por sus declaraciones, es evidente que el modus operandi de este viejo oficio apenas ha cambiado, congelado, tal vez, en el frío de la guerra ideológica.
Obama llegó a la presidencia con la voluntad de sentarse a dialogar con los hermanos Castro si había señales de apertura por parte del régimen de La Habana. Sin embargo, ahora estas conversaciones se podrían enquistar por los serios indicios de una red de espionaje que durante décadas pudo poner en jaque la seguridad de los Estados Unidos. Hace treinta años el matrimonio Myers no pudo resistirse a las consabidas artimañas del comunismo. Está visto que el entierro oficial de la Guerra Fría fue un acto frívolo y prematuro.
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