Pueblo anestesiado
Ese agente encubierto representante de alguno de los diversos sectores que coexisten en el mundo con el objeto de subvertir el sano desarrollo y desenvolvimiento de las sociedades, y que alguien una vez llamó “insulzo”, manifestó que la “guerra fría” había terminado y, por tanto, la exclusión de la islita feliz del seno de la “organización de estólidos anónimos”, la cual, por cierto, sigue esclavizada por la ruindad de los hermanitos roñosos, no tiene sentido ni propósito; o algo por el estilo, igual de vacío.
La caída de los soviéticos dejó como herencia una “guerra tibia” manejada por los comunistas mimetizados en un mal llamado socialismo que quieren imponer, sobre todo donde los pueblos son más vulnerables mental y económicamente.
Algunos sedicentes socialistas, que no son otra cosa que lobos disfrazados de humanos, un poco más avispados cayeron en cuenta de que la manera más sencilla de doblegar a las sociedades libres y fuertes es maquillando las atrocidades que albergan sus resentimientos; la práctica de desconocer las leyes y normas, sin importar su significado y fortaleza; y, además, insistir en despreciar e ignorar, como la barra al borracho, el clamor, el descontento y la protesta colectiva por los atropellos y desmanes que cometen, a despecho de la resistencia expresada continuamente por todos los sectores sociales, profesionales, laborales, gremiales y políticos.
Esta táctica de baja estofa es muy simple: digan lo que digan y hagan lo que hagan, yo impongo mi voluntad y aquí se hace lo que ordene y me dé la gana, aunque las leyes no lo permitan. Así es muy fácil. Cuando se irrespeta irresponsablemente todo y a todos, sin ninguna oposición real o aparente, sin ninguna integridad que se levante y alce la voz para arengar contra la iniquidad y el abuso, cualquier andrajoso tiene la capacidad de mandar hasta en un país. Sorprende que algunos países serios integrantes de la organización hemisférica se hayan dejado trajinar y ridiculizar por los isleños del Caribe y la banda de camaleones oportunistas heredados de los bolcheviques extinguidos oficialmente, aunque nos quedó el bagazo regado en diferentes basureros.
Es sabido que los comunistas de malas artes son capaces de lo que sea con tal de tener y mantener el poder. Inclusive de autollamarse socialistas. O de comportarse como fascistas para confundir a los analistas que se distraen con la semántica y no ven los vericuetos y torceduras que nos administran “con la táctica” para lograr el objetivo final: arruinarnos y esclavizarnos para provecho y beneficio de unos pocos jerarcas, tal como sucede en el “mar de la felicidad” tan mentado y añorado por el teniente coronel.
¿Así se ama a un pueblo? Es decir, más llanamente, mientras más le pegas a tu familia y más la sometes a toda clase de penurias más la amas? Hay que ser bien babieca para digerir ese tipo de mamarrachadas.
La realidad que nos confronta está fincada en la corrupción ética, moral y material de las instituciones del Estado en manos de individuos sin integridad, sin pudor, sin honor y sin dignidad personal o gregaria. Bocones subalternos ignorantes e incapaces para todo, pero muy capaces y dispuestos para la zalama, y para expresarse sobre cualquier concepto, asunto o tema, conocido por ellos o no, verdadero o falso, de forma acomodaticia, tendenciosa, tergiversada, distorsionada o sesgada, siempre que sirva para embaucar y confundir al pueblo que, por cierto, para estos timadores no es soberano ni siquiera para decidir sobre su propio destino; cuantimenos acerca de cosas más importantes para su supervivencia y consecución de sus sueños y ambiciones, a los cuales todo ser humano tiene derecho inexorable y libremente. La fe católica enseña que somos libres y dueños de nuestro destino, y ni siquiera el creador se mete con nuestras decisiones.
Todo poder debe someterse al escrutinio público y debe rendir cuenta de sus acciones. Todo poder debe respetar todo y a todos por igual. El poder puede depravar a los seres y puede llevarlos a la deriva hasta que, como las naves en las tormentas, chocan contra algún obstáculo que los hace naufragar. La descomposición social y política ha tumbado imperios tan sólidos y trascendentes como el romano. Y la realidad moderna acabó con el imperio soviético, por razones parecidas. En fin, no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista.
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