Guatemala: La persistente pobreza
Motiva esta columna un alarmante reportaje de Prensa Libre del domingo 7 de junio, por Sandra Valdez y Óscar Figueroa, describiendo la pobreza en Guatemala y la perspectiva de que se agravará a niveles catastróficos. Comparto el pronóstico pesimista, salvo que se hagan cambios en el sistema de gobierno, porque el problema es propio del sistema que mantienen en común los países pobres. Pareciera que compiten en empobrecerse.
El ser humano está dotado del sentimiento de empatía y de compasión por el mal ajeno. (La empatía se nota cuando en el teatro se da una triste tragedia y los espectadores hasta lloran y comparten el dolor, aunque sepan que el evento no es real). Como la realidad es que nadie en su sano juicio está a favor de la pobreza, la ineludible conclusión es que nuestro mal es sistémico, que se debe al sistema de gobierno, y la prueba final e irrefutable son los resultados.
Cambiamos gobernantes y funcionarios cada cuatro años, y no es posible que todos sean unos inútiles. Tampoco damos crédito a la teoría de que todos son pícaros y que reducir la pobreza no les interesa, pues los partidos desean conservar el poder y, como lo hemos visto, si no tiene éxito su gestión, pierden continuidad en el gobierno. ¡Cuántos partidos han desaparecido!
Muchos buscan explicar la pobreza como si fuese producto de alguna voluntad malévola. Y no falta quienes buscan sentirse bien haciendo recomendaciones vagas, como que el Gobierno “debe hacer algo”, por ejemplo, crear más fuentes de trabajo (como si el Gobierno pudiera), o con más esfuerzo en educación, o con más inversión extranjera, o con menos desigualdades y, en fin, con más de todo. Y por supuesto que la educación es enriquecedora, y las fuentes de trabajo, deseables, pero por deseable que todo eso sea, simplemente no ocurre como resultado de simples lamentos o piadosas exhortaciones o intervenciones económicas de gobiernos. Lo que sí pueden hacer los gobiernos es procurar el orden jurídico que conduzca a las inversiones privadas, porque ellas son la única fuente de mayores y mejores empleos. Pero como las inversiones sólo se hacen para obtener un rendimiento, ponerle un impuesto a su rendimiento (el ISR) se traduce en un impuesto a la creación de plazas de trabajo y a los aumentos de sueldos que ello conlleva, y a nuevas fuentes de tributación. Por eso resulta que los impuestos progresivos directos son un impuesto cruel que se justifica demagógicamente diciendo que es un impuesto a los ricos. Y así resulta que a los pobres se les priva de oportunidades de mejorar con tal de castigar a los ricos. ¡Qué mentalidad!
Tampoco la pobreza se puede eliminar por decreto. La pobreza se elimina con los actos de producción empresarial de la población, y lo único que pueden hacer los gobiernos es mantener el orden que permita a las personas cooperar en paz, con certeza del respeto a sus derechos de vida, propiedad y del cumplimiento de contratos. Con la riqueza que ya existe el Gobierno no puede enriquecer a unos sin empobrecer a otros. Sólo puede confiscar lo que unos producen para regalarlo a otros. Los gobiernos sí pueden ayudar a reducir la pobreza, pero no desestimulando la inversión, y su acción constructiva debe ser la de mantener el orden social y económico para que los ciudadanos puedan crear riqueza. Es decir, asegurar los derechos individuales de los ciudadanos. Apoye a pro Reforma.
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