¡Libertad ya!
Washington. – Los presidentes que tratan con levantamientos populares en el extranjero están atormentados por dos precedentes históricos. El primero es Hungría en 1956, en el que Radio Free Europe alentó una sublevación armada contra la ocupación soviética —una rebelión que América no tenía ni la capacidad ni la intención material de apoyar—. En el enfrentamiento entre cocteles molotov contra tanques, murieron cerca de 2,500 revolucionarios; 1,200 fueron ejecutados más adelante.
El segundo precedente es Ucrania en 1991, donde se congregaban las fuerzas que destruyeron eventualmente la Unión Soviética. El presidente George H. W. Bush visitó esa república soviética un mes antes de sus comicios programados sobre la independencia. En vez de alinearse con las aspiraciones ucranianas, pronunció un discurso que advertía contra “el nacionalismo suicida” y un “rumbo desesperado de aislamiento”. William Safire lo denominó el discurso “de la gallina de Kiev”, lo que le iba a las mil maravillas. La independencia ucraniana fue aprobada de forma aplastante.
En la respuesta a lo correo postal del presidente Obama a la revolución Twitter de Irán, se ha escorado hacia el modelo de la gallina de Kiev. Lo que no debería sorprender a nadie. Durante la campaña presidencial, Obama resumía su orientación en asuntos exteriores: “Es un debate entre ideología y realismo exterior. Tengo una enorme simpatía por la política exterior de George H.W. Bush”. Tal “realismo” se ha traducido en críticas al régimen iraní que empezaron siendo patéticas y progresaron hasta llegar a tibias.
La justificación práctica de este enfoque es que la “intromisión” estadounidense desacreditaría a la oposición iraní. Pero esta explicación demuestra lo simplista que “el realismo” acaba siendo a menudo. No es necesario ni aconsejable que un presidente estadounidense critique directamente el proceso electoral de Irán ni que apoye activamente a la oposición. Obama podría haber criticado con dureza en su lugar a los criminales motorizados del régimen por abrir la cabeza a las mujeres y los jóvenes durante las protestas, y encabezar al mundo a la hora de condenar la censura a la prensa y la red, y la detención de los disidentes. En lugar de criticar el proceso político de Irán, podría haberse pronunciado en favor de los derechos humanos con firmeza y claridad.
Los argumentos en favor de este enfoque no son simplemente morales. Revierte de manera directa y terca en interés de Estados Unidos por estimular el espacio social suficiente en Irán para poner a prueba lo lejos que pueden llegar estas protestas. Si Obama no está dispuesto a emplear su credibilidad moral en esta causa, tendría que explicar cuál es la otra causa tan urgente.
El líder supremo de Irán, el ayatolá Ali Jamenei, ha decidido claramente que el electorado político que tiene Ahmadinejad es también su propio electorado político —la fuente civil de la legitimidad patente del régimen—. Esto significa que el Ayatolá depende ya de Ahmadinejad en lugar de ser al revés —o puede que codependiente sea el término apropiado—. El apocalíptico presidente de Irán saldrá reforzado si el régimen sobrevive. En los asuntos de las armas nucleares, del antisemitismo, del apoyo al terrorismo, Ahmadinejad se sentirá reivindicado, no castigado.
(c) 2008, The Washington Post Writers Group
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