El Salvador: Tragos completos, impuestos a medias
La discusión mediática sobre los impuestos que gravan a las bebidas alcohólicas en El Salvador, que en duros términos han emprendido dos actores de esa industria, no sólo pone en evidencia la complejidad del asunto sino que también deja al descubierto el exceso de estridencias y la falta de objetividad de ciertos mensajes.
Tratándose de una discusión impositiva, y siendo los impuestos un mecanismo compulsivo de financiamiento del gasto público, cabe recordar que las dos preguntas que en todo el planeta siempre se hacen los gobernantes de turno son: 1) ¿a quiénes es más fácil cobrarles impuestos?, y 2) ¿hasta qué monto se les puede cobrar antes de que comiencen a evadir?
Esa es la realidad cruda y dura que ningún contribuyente informado debería ignorar, so pena de pecar de ingenuo, por más que los funcionarios suelan despacharse con argumentos edulcorados.
Las cosas se complican aún más porque a los sistemas tributarios no sólo se les exige que financien el gasto público sino que se les encomiendan tres funciones adicionales: a) que redistribuyan los ingresos, b) que reasignen los recursos productivos, y c) que contribuyan con ciertos objetivos específicos, tales como la salud pública.
Esta última función, la de contribuir con la salud pública, es comprensiblemente señalada como relevante a la hora de diseñar los gravámenes que afectan al consumo de determinadas sustancias nocivas, tales como el alcohol.
Se trata del concepto de "sin tax" (algo así como "impuesto al pecado", en este caso el de ingerir alcohol), que pretende castigar el consumo de un "mal" a fin de desincentivarlo, así como también para recaudar fondos que compensen el gasto que eventualmente le ocasionará a la sociedad rehabilitar al "pecador".
Como es de suponer, este criterio suele llevarse al extremo y en varios países no faltan quienes abogan por gravar a la comida rápida con un "sin tax", esgrimiendo que su consumo estaría aumentando la tasa de obesidad. ¿Cuál es el límite?
Es indudable que 4.6% (contenido alcohólico de la cerveza) no es lo mismo que 40% (contenido alcohólico de ciertos licores), argumento que en principio haría razonable pensar en un impuesto por grado de alcohol con tasa uniforme.
Sin embargo, hay que determinar adecuadamente el valor de dicha tasa: ¿debería adoptarse el valor que actualmente grava a la cerveza?, ¿el del aguardiente?, ¿el del vino?, ¿o el del whisky?
Si el valor de la tasa se fijase en un monto muy elevado automáticamente aumentaría el incentivo para evadir, tal como con acierto anticipa la curva de Laffer: hay un punto máximo de presión tributaria más allá del cual la recaudación disminuye, no solamente por una reducción en el consumo de quienes tributan, sino también por un aumento de la evasión: contrabando, adulteración y corrupción.
La discusión, desafortunadamente, pierde todo viso de seriedad cuando una de las partes exagera las bondades de su producto al punto de mencionar que contiene elementos "esenciales", y convenientemente olvida decir que tal producto puede venderse como si fuese agua, sin necesidad de licencia específica alguna.
Dada la trascendencia del asunto, y frente a tanta manipulación informativa, insultante para quienes criamos hijos en estos tiempos de excesos alcohólicos, sería muy positivo que las autoridades estudiasen seriamente los reportes de instituciones tales como el Banco Mundial (por ejemplo "Public Health at a Glance", algo así como Salud Pública de un vistazo), entre cuyas recomendaciones se destacan las siguientes:
1) Implementar de manera conjunta el incremento de los impuestos y las restricciones a las ventas.
2) Determinar el nivel óptimo de tasas según las condiciones del país.
3) Mantener la simplicidad en los impuestos al consumo de alcohol.
4) Recordar que los impuestos y las restricciones deben complementarse.
5) Sancionar claramente, tanto de forma administrativa como criminal, toda violación a las reglamentaciones, sea por parte de consumidores, de vendedores o de establecimientos comerciales.
Para que después de ¡salú! ya no se escuchen tantos ¡hic!
Hasta la próxima.
El autor es ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
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