La magia del punto G
El País, Madrid
La manera como la humanidad afronta sus más graves amenazas está peligrosamente trabada. La lista de estas amenazas la conocemos: el cambio climático, la proliferación nuclear, el terrorismo, las pandemias y un largo etcétera. Ninguno de estos problemas se podrá aliviar sin que distintos países colaboren eficazmente en su solución. Y eso ni está ocurriendo, ni es probable que ocurra. Es necesario, por lo tanto, cambiar la manera en que los afrontamos.
Hasta ahora, la reacción más común a estas amenazas ha sido la de promover iniciativas multilaterales: acuerdos donde cientos de países se comprometen a operar con las mismas reglas o a compartir esfuerzos.
Por un tiempo esto funcionó. Pero ya no. ¿Cuándo fue la última vez que usted escuchó que un gran número de países se puso de acuerdo para afrontar un importante problema mundial? Hace más de una década. Fue en 1994 cuando 123 países acordaron crear la Organización Mundial del Comercio (OMC) y adoptaron nuevas normas. Desde entonces, todos los intentos por lograr un acuerdo aceptable para los 153 países miembros de la OMC han fracasado. Lo mismo ha pasado con la proliferación nuclear. En 1995, 185 países acordaron prorrogar un tratado ya existente. Desde entonces, no sólo han fracasado las negociaciones multilaterales sino que India, Pakistán y Corea del Norte han adquirido armas nucleares. El Protocolo de Kioto, el acuerdo destinado a reducir las emisiones de los gases invernadero que contribuyen al calentamiento del planeta fue aprobado en 1997 y ha sido ratificado por 184 países. Pero Estados Unidos, que después de China es el país que más emite estos gases no lo ha ratificado, y muchas de las naciones firmantes no han cumplido con los compromisos que adquirieron.
El patrón es claro: por un lado la globalización ha aumentado la necesidad de que los países se coordinen; pero por otro la capacidad de las naciones para llegar a acuerdos ha disminuido. De forma creciente las negociaciones multilaterales fracasan, los países ricos no honran sus compromisos financieros, los menos desarrollados incumplen sus promesas de reforma, los plazos no se respetan y los esfuerzos se estancan.
¿Qué hacer? Para comenzar es mejor no seguir intentando poner de acuerdo a 200 países con intereses cada vez más variados. Por lo tanto, una posibilidad es el minilateralismo: invitar a la mesa de negociaciones al menor número posible de países cuya participación es necesaria para lograr el máximo impacto sobre el problema. Éste es el número mágico. El punto G de las relaciones internacionales.
Naturalmente, el número G varía dependiendo del problema. Tomemos por ejemplo, el comercio internacional. El Grupo de los Veinte (G20), que incluye a 20 países ricos y pobres de los cinco continentes, representa el 85% del comercio mundial. Los miembros del G20 podrían llegar a un importante acuerdo comercial entre sí e invitar a todo país que lo desee -y que respete su acuerdo- a unírseles. Lo mismo ocurre con el cambio climático: veinte países generan el 75% de los gases invernadero. No hace falta esperar a que 192 países se pongan de acuerdo si se puede resolver el 75% del problema con un trato entre los 20 que más cuentan. El número mágico del minilateralismo nuclear es 21. ¿La pobreza en África? Alrededor de una docena, incluidos los países subsaharianos más necesitados y los principales donantes. En cuanto al VIH/sida, 19 países concentran casi dos tercios de todas las muertes del mundo por esta infección.
Por supuesto, los países no invitados a la mesa denunciarán el minilateralismo como excluyente, antidemocrático e ilegitimo. El hecho es que hay una tensión fundamental entre eficacia y legitimidad. Un acuerdo aprobado por 192 países es obviamente más legítimo que uno aprobado por 20. Pero no es necesariamente más eficaz, ya que para lograrlo es necesario adoptar el mínimo común denominador; un compromiso aceptable para todos. Lamentablemente, para muchos de los problemas que enfrenta el mundo el mínimo común denominador es insuficiente.
La otra crítica válida es que en los reducidos grupos minilaterales siempre van a estar incluidos los más poderosos. Y es verdad: sin el concurso de los países más poderosos es poco lo que se puede avanzar. Pero es interesante notar que el G8, el grupo de los ocho países más industrializados (¡y poderosos!) ha perdido la magia, mientras que el G20 (que además de los poderosos también incluye a países como Argentina e Indonesia) ha pasado a ser un foro mucho más importante para la toma de decisiones mundiales que el G8. El G20 es más representativo, legítimo e influyente que el G8. En otras palabras: el 20 es mágico, el 8 no.
El minilateralismo tiene defectos y limitaciones. Pero es una apuesta más realista que un enfoque que lleva demasiado tiempo produciendo más reuniones y discursos que resultados. Hay que buscar el punto G.
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