Irak para los iraquíes

Obama tuvo el sentido común y el patriotismo de dejar a un lado sus promesas electorales de una rápida retirada de las tropas norteamericanas estacionadas en Irak, para asumir en lo fundamental el plan establecido por su predecesor. De forma gradual el contingente se reduce, al tiempo que abandona las grandes ciudades para establecerse en zonas rurales.

 

La presencia estadounidense disminuye en beneficio de la Policía y las Fuerzas Armadas iraquíes, que progresivamente se están haciendo con el pleno control de la situación. El enemigo ya ha sido derrotado; ahora se trata de evitar volver a cometer los errores que permitieron la aparición de la insurgencia. Las unida-des norteamericanas se quedan un tiempo para reforzar a las iraquíes, todavía en proceso de formación, y para ayudar en su adiestramiento.

 

Desde el momento en que la insurgencia fue derrotada se reinició el proceso político iraquí, así como la recuperación de su soberanía. El destino está en sus manos. La responsabilidad sobre lo que allí ocurra ya no puede depender de Washington. Son los mismos iraquíes quienes tienen que decidir sobre si quieren vivir juntos o no, sobre el grado de centralismo o federalismo de su sistema político, sobre las formas concretas de su vía a la democracia. Todo sistema político necesita reposar sobre bases culturales aceptadas por la mayoría y ha llegado el momento de explorar esos caminos.

 

La guerra de Irak no tuvo su origen en el deseo de extender la democracia a Irak, pero una vez que se decidió la ocupación quedó claro que la salida pasaría por la trasformación de su régimen. Las bases ya están puestas. Ahora son los nuevos dirigentes iraquíes los que tienen que demostrar su sentido de la responsabilidad, patriotismo e inteligencia para dar forma a un sistema representativo donde sólo hubo autoritarismo y arbitrariedad.