Un «parche» que probablemente lamentaremos
En el principio", dice un personaje de una obra de Peter De Vries, "la Tierra era amorfa y estéril. ¿Por qué no la dejarían en paz tal cual?” Cuando Washington haya acabado de mejorar la sanidad, los estadounidenses podrían preguntarse lo mismo. Ciertamente el debate va a obligarles a pensar este asunto con más detenimiento.
La mayoría de los estadounidenses sí quieren una atención médica diferente: Quieren medicina de 2009 a precios de 1960. Los estadounidenses gastaban mucho menos en la sanidad en 1960 (el 5% del PIB en comparación con el 18% hoy). También gastaban mucho menos — nada en realidad — en computadoras, teléfonos móviles, televisión por cable y televisión vía satélite.
Su próximo vehículo podría costarle menos si usted renunciara al GPS, la radio vía satélite, los frenos antibloqueo, el cambio automático, los elevalunas eléctrico y el aire acondicionado. Puede adquirir un vehículo así en su concesionario Studebaker, Hudson, Nash, Packard o DeSoto más cercano.
El Presidente dice que su plan sanitario responde "a las necesidades de todas esas familias que gastan ya más en sanidad que en vivienda o en comida". Bien. Betsy McCaughey, del Hudson Institute, escribiendo en el American Spectator, afirma que en 1960 el hogar estadounidense medio gastaba el 53% de sus ingresos tras impuestos en comida, vivienda, energía y salud. La fracción de los ingresos consumida por esa terna hoy apenas ha cambiado – el 55%. Pero el componente de la sanidad se ha elevado al tiempo que los otros tres juntos han descendido. Esto se debe en parte a que conforme las sociedades se enriquecen, gastan más en sanidad — y en sinfónicas, universidades, museos, etc.
También se debe a que la atención sanitaria es cada vez más competente. Cuando nacieron los primeros miembros de la generación post-Segunda Guerra Mundial, cuyo envejecimiento está disparando el gasto sanitario, en 1946, el principal gasto en muchos hospitales estadounidenses era la ropa blanca. Esto era mucho antes de inventarse las resonancias, las tomografías y el resto del arsenal diagnóstico y terapéutico desplegado por la medicina moderna.
En una encuesta de la radio pública, la Fundación Familia Kaiser y Harvard dada a conocer en abril, apenas el 6% de los estadounidenses dice estar dispuesto a gastar más de 200 dólares en atención médica, y el precio debe caer por debajo de los 100 dólares al mes para que la mayoría se muestre dispuesta a pagar el importe. Pero según Grace-Marie Turner, del Instituto Galeno, los estadounidenses están pagando una media de 400 dólares al mes.
La mayor parte de los estadounidenses desconoce esto porque la factura de su gasto está enmascarada. Apenas el 9% adquiere un seguro médico a título individual, y 84 dólares de cada 100 que se dedican a sanidad son gastados por alguien (un jefe, una aseguradora o el gobierno) que no es el receptor de la atención dispensada. Aquellos que tienen seguro como compensación no declarada de la empresa no tienen posibilidad de computar ni abordar el tamaño de esa prestación. Pero es parte del precio que sus jefes pagan por su trabajo.
El Presidente dice que el mercado sanitario "no ha funcionado perfectamente". Tiene toda la razón. Tan solo Dios, presuntamente, y el estadio Wrigley Field en la práctica, son perfectos. De cualquier forma, teniendo en cuenta la contundente presencia del dinero público (el 46% de los fondos sanitarios) y las regulaciones, es imposible que el mercado pueda funcionar libremente tal como está.
Como entusiastas del mercado, los conservadores deberían dejar de advertir de que las reformas del presidente acabarán en el "racionamiento" de la sanidad. Todo producto, desde los donuts rellenos a los aviones de pasajeros, está racionado — por su precio y por la política. La tarea del conservador consiste en explicar por qué es preferible el precio. La respuesta es que los precios dan lugar a una distribución de recursos preciosos más racional.
Con respecto a la reforma, los conservadores son acusados de ser el partido "del no". Vale. Esa es una palabra indispensable en política porque la mayor parte de las ideas nuevas son falsas o engañosas. Además, las encantadoras seis palabras que encabezan la Primera Enmienda ("El Congreso no promulgará ninguna ley") fijan el tono negativo de la Declaración de Derechos, que es una lista de comportamientos del gobierno, desde establecer una religión oficial a llevar a cabo registros sin aval judicial, a los que la Constitución dice: No.
El presidente puede haberse pasado de listo cuando, durante una crisis económica que disparó el gasto federal y hundió la recaudación, decidió imponer la agenda progre entera bajo la premisa de que cada punto contenido en ella es esencial para combatir la crisis.
Ahora el debate de la sanidad está llegando al punto de ebullición justo al mismo tiempo que llega la inquietud de la opinión pública por el déficit. Mientras las estimaciones de lo que costará superan la cota del billón de dólares, la administración se limita a hablar de financiar sus reformas con mini-medidas tales como el impuesto de 3 centavos de dólar a los refrescos. La opinión pública, con su atención fija en la catástrofe fiscal de déficits billonarios en el futuro próximo, podría está llegando a la conclusión de que deberíamos quedarnos con lo malo conocido.
© 2009, Washington Post Writers Group
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