Con razón y sin razón
SALAMANCA. – En el momento en que escribo estas líneas no ha vencido aún el plazo que la Organización de Estados Americanos (OEA) le dio al presidente (¿?) de Honduras, Roberto Micheletti, para que abandone la presidencia que ilegalmente ocupa y se reponga a Manuel Zelaya, depuesto en un golpe de Estado el pasado domingo. Esa noche los militares lo quitaron de la cama a punta de fusil, lo llevaron al aeropuerto y un avión lo puso en Costa Rica, así como estaba. Es decir, en pijama. Este fin de semana pueden suceder muchas cosas como también no pueda suceder nada, porque así son nuestros países. Pase lo que pase, el tema de Honduras es un caso muy singular dentro del sistema interamericano ya que debe ser uno de los rarísimos casos en el que las dos partes en pugna tienen razón y no la tienen al mismo tiempo.
Manuel Zelaya, de tendencia liberal, conquistó la presidencia del país en las elecciones del 7 de diciembre de 2005 con el 28% del electorado. Abolió la ley que su antecesor, Ricardo Maduro, había dictado contra la delincuencia y contra los grupos pandilleros. La explicación que ofreció Zelaya fue que los altos niveles de violencia en el país “eran de origen estructural; es decir, asociados a los muy bajos niveles de desarrollo humano o a la pobreza extrema vigentes”.
El gesto es significativo para explicar por qué renunció a sus principios liberales que le habían llevado a la presidencia y decidió ingresar al grupo ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas) creada a propuesta de Cuba y Venezuela. Es la herramienta a través de la cual el presidente venezolano Hugo Chávez ejerce su influencia sobre los demás países de la alianza. Después de ingresar, Honduras comenzó a recibir de Venezuela grandes cantidades de petróleo a precios muy inferiores a los que se pagaban en el mercado internacional, además de otras ayudas como técnicos, consejeros y préstamos en efectivo. De este modo, Manuel Zelaya logró dar la impresión que la economía de su país mejoraba cuando en realidad era el maná caído del cielo. O de Venezuela.
Convencido de los “principios bolivarianos” del “socialismo del siglo XXI“, pues hizo lo que hicieron otros líderes del mismo movimiento: convocar a un referéndum para modificar la Constitución lo que le permitiría acceder a la presidencia vitalicia como ya lo logró Chávez, Evo Morales de Bolivia, lo están buscando Rafael Correa de Ecuador y Daniel Ortega de Nicaragua y lo insinúa Fernando Lugo de Paraguay.
Justamente esta limitación a un solo periodo presidencial que recoge la mayoría de las Constituciones Nacionales de Latinoamérica busca evitar aquellas presidencias interminables como el caso de Stroessner que “se sacrificó por su pueblo” a través de siete periodos consecutivos (35 años), o Porfirio Díaz de México que también repitió siete periodos y completó 30 años.
Zelaya resolvió seguir el mismo sendero de sus colegas de movimiento y quiso llamar a un referéndum que fue declarado ilegal por el Tribunal Supremo y luego se liaron las cosas. Zelaya pues no tiene razón en sus reclamos porque violó una disposición del Poder Judicial además de insultar a los miembros del Poder Legislativo. Los que lo derrocaron no tienen razón por la manera violenta que lo hicieron cuando deberían haber utilizado los medios legales previstos para estos casos. Así, ambas partes tienen razón y no. La cosa se está poniendo tan espesa que el presidente socialista bolivariano Hugo Chávez, dentro de su más genuino estilo, ha propuesto la invasión militar al país para reponer a Zelaya. No aclaró si está decidido a dirigir las operaciones en la línea de fuego, o lo hará desde su programa de televisión “Aló presidente.”
De las experiencias negativas debemos sacar conclusiones positivas. Entre ellas: comparar la forma en que actúan todos aquellos presidentes que resolvieron alinearse atrás de Chávez a cambio de algo muy claro y sencillo: dinero. También apoyo político y hasta militar, de ser necesario, como lo acabamos de ver, a través de sus palabras, en Honduras.
Los votos de los seguidores de Lugo, es decir, de la izquierda, suman una cantidad tan pequeña que sólo tiene un representante en ambas Cámaras. No puede entonces extorsionarnos por diferentes caminos, a que aceptemos una política que fracasó en todos aquellos países en que fue aplicada. ¿Hay mejor argumento que este?
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