¿Que no hay debate del clima? Sí que lo hay
En su discurso semanal ante el Congreso el sábado, el Presidente Obama felicitaba a los Representantes de la Cámara por aprobar la Waxman-Markey, la colosal legislación de racionamiento energético que se traducirá en la mayor subida de los impuestos de la historia de la nación. Lo hará encareciendo el precio de todo lo que dependa virtualmente de la electricidad — que es virtualmente todo.
El presidente no describió en esos términos la legislación el sábado, pero el año pasado lo decía con inusitada claridad. Durante una entrevista mantenida con el San Francisco Chronicle en enero de 2008, explicaba tranquilamente cómo iba a funcionar el sistema de intercambio de emisiones — el proyecto de racionamiento de emisiones contaminantes que constituye el corazón de la ley Waxman-Markey:
Durante la misma entrevista, Obama sugería que su política energética forzará la quiebra de la industria del carbón. "Si alguien quiere construir una central térmica, puede hacerlo", declaraba al Chronicle. "Es eso lo que les va a arruinar, porque se les va a cobrar una suma enorme por todos los gases contaminantes que emitirán".
La excusa para causar toda esta ruina financiera, por supuesto, es la catástrofe en curso del calentamiento global inducido por el hombre — una catástrofe que solo se puede evitar si abandonamos los combustibles fósiles de los que dependen la mayor parte de la prosperidad y la productividad de la vida moderna. ¿Pero qué pasará si la catástrofe inminente no es real? ¿Qué sucederá si el cambio climático tiene poco o nada que ver con la actividad humana? ¿Qué sucede si imponer el intercambio de emisiones significa incurrir en gastos asfixiantes a cambio de beneficios infinitesimales?
Chitón, dice Obama. No haga esas preguntas. Y no escuche a quien las haga. "Ya no hay debate en torno a si la contaminación está poniendo en peligro a nuestro planeta o no", afirmaba en sus declaraciones del sábado. "Está pasando".
¿Que no hay debate? El presidente, al igual que Humphrey Bogart, debe de haber sido mal informado. El debate del calentamiento global está más vivo de lo que lo ha estado en años, y no solo en América. "En Abril, la Academia de las Ciencias polaca difundía un documento que cuestiona el calentamiento global artificial", observaba Kimberly Strassel en The Wall Street Journal el otro día. "En Francia, el Presidente Nicolas Sarkozy quiere elegir a Claude Allegre como director del nuevo ministerio de industria e innovación del país. Hace veinte años Allegre fue de los primeros en dar la alarma con el calentamiento global obra del hombre, pero desde entonces el geoquímico se ha moderado…. Ivar Giaever, de Noruega, Premio Nobel de Física, lo condena como 'la nueva religión.'"
Más cerca de casa, el reconocido físico Hal Lewis (profesor emérito de la Universidad de California en Santa Bárbara) me envía por correo electrónico una copia de una declaración que otros científicos y él han enviado al Congreso, incluyendo a los físicos Will Happer y Robert Austin de Princeton, Laurence Gould de la Universidad de Hartford, y el experto del clima del MIT Richard Lindzen. "El cielo no cae", escriben. Lejos de estar calentándose, "la Tierra lleva 10 años enfriándose" — una tendencia que "no fue predicha por los modelos informáticos de los alarmistas".
La revista Fortune reseñaba hace poco al veterano experto en el clima John Christy, un importante autor del informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático 2001 y co-autor de la declaración sobre cambio climático 2003 de la Asociación de Geofísicos. Con sus credenciales verdes, observaba Fortune, Christy es la bestia negra de los fanáticos del calentamiento — un afamado científico del clima sin vínculos con las petroleras que ha obtenido cantidades industriales de datos que minan los argumentos que dicen que la atmósfera del planeta se está calentando a un ritmo inusual y que cuestiona que los remedios de los que se habla en el Congreso vayan a servir de algo".
Nadie que se preocupe por el medio ambiente o el bienestar económico de la nación debería hacer dogma de fe de que el cambio del clima sea una crisis, o que los cambios drásticos de la economía sean esenciales para "salvar el planeta". Cientos de científicos rechazan la narrativa alarmista. Para los no iniciados, una lista cada vez más larga de excelentes libros explican los datos en términos profanos y exponen los puntos débiles del escenario apocalíptico — entre otros, Confusión climática de Roy W. Spencer, Clima de miedo de Thomas Gale Moore, Taken by Storm, de Christopher Essex y Ross McKitrick, e Imparable calentamiento global: Cada 1.500 años, de S. Fred Singer y Dennis Avery.
Si la validez de una guerra a las emisiones de carbono fuera tan irrebatible, nadie tendría que advertir en contra de debatirla. Los 212 congresistas que votaron contra la ley Waxman-Markey la pasada semana claramente no creen que el asunto esté cerrado. Tienen razón.
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