Desventuras de América latina
Si alguien leyera hoy El señor presidente, la gran novela de Miguel Angel Asturias, tal vez concluiría que América latina no ha cambiado nada en el último medio siglo. Más aún: tal vez pensaría que el gran escritor guatemalteco, en sus descripciones de personajes y realidades, pintaba países más jóvenes, más nuevos, más chicos, más ingenuos, pese a que muchos de ellos tenían que soportar el rigor de los dictadores y los vicios de las "repúblicas bananeras". Pero lo cierto es que los recientes episodios en Honduras, en parte trágicos, en parte caricaturescos, parecerían confirmar la existencia de un "síndrome latinoamericano" que reaparece a cada tanto en la historia.
El golpe de Estado perpetrado allí no fue un golpe al estilo Pinochet o Videla, pero fue un golpe. A su vez, el presidente depuesto, desconociendo al Congreso y a la Suprema Corte, estaba preparando un autogolpe para avalar un plebiscito que le garantizaría su continuidad en el poder. Esta es la parte caricaturesca del episodio, que simboliza las desventuras de la democracia latinoamericana.
Y, en una mirada retrospectiva, cabe recordar que, cuando Asturias escribió su novela, en México gobernaba el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que le dio a ese país una de las constituciones más avanzadas de la época y le dio también algunos grandes presidentes, como Lázaro Cárdenas.
El PRI ejerció ininterrumpidamente el poder durante décadas, hasta que en los años 90, envuelto en escándalos de corrupción y profundas divisiones, perdió por primera vez las elecciones generales y fue desplazado a un humillante tercer lugar, y hasta se habló de su extinción a corto o mediano plazo. Pero he aquí que el PRI fue el gran triunfador en las últimas elecciones parlamentarias y de gobernadores de México, recuperó su condición de primer partido y podría tener el control de la Cámara de Diputados en alianza con los verdes.
Pero hay otras elecciones en América latina, en las que podría haber otros retornos. La centroderecha va adelante en las encuestas para las elecciones presidenciales chilenas, y en Uruguay hay paridad entre el Frente Amplio gobernante y el Partido Nacional (o Blanco). El retorno de los blancos al gobierno implicaría un gran cambio, después de mucho tiempo de predominio de los colorados primero y del Frente Amplio después.
Pero la alternancia de diferentes partidos en el gobierno es una regla de la democracia, que no afecta la estabilidad jurídica, política y económica en países como Chile, Uruguay y Brasil, que la comunidad internacional define como modelos de previsibilidad y gobernabilidad. No sucede lo mismo con la Argentina, que es un país impredecible, que puede virar de la derecha a la izquierda con gobiernos de un mismo partido (como sucedió con el viraje de Menem a Kirchner) y en el que cada elección se convierte en una especie de terremoto político. Pero así es América latina, con su variopinta conformación política, cultural y étnica, que tan bien describiera Miguel Angel Asturias.
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