EE.UU. se inclina hacia la izquierda en el tema Honduras
Cuando Hugo Chávez hace un pedido de ayuda a Washington, como lo hizo hace 11 días, esto genera serias preguntas sobre las señales que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, le está enviando al dictador más peligroso de este hemisferio.
El punto en cuestión es la determinación de Chávez de restituir al depuesto presidente de Honduras, Manuel Zelaya, en el poder a través de la presión multilateral. Su llamada a un funcionario del Departamento de Estado de EE.UU. puso en evidencia que su campaña no estaba funcionando y que Chávez pensó que podía recibir ayuda de EE.UU.
Esta no es una buena noticia para la región. El presidente venezolano tal vez sienta que sus propósitos tienen suficiente respaldo de EE.UU. y la Organización de Estados Americanos que estaría justificado en imponer a Zelaya en Honduras apoyando un violento derrocamiento del gobierno actual. El hecho de que tenga razones para albergar tal idea es un indicio más de que el gobierno de Obama está del lado equivocado de la historia.
En las tres semanas desde que el Congreso hondureño tomó medidas para defender la Constitución del país al eximir a Zelaya de sus deberes presidenciales, se ha vuelto claro que su arresto fue tanto legal como una precaución necesaria contra la violencia.
Zelaya estaba tratando de usar la ley de la calle para socavar las instituciones de Honduras prácticamente de la misma manera que Chávez ha hecho en Venezuela. Pero como señaló un abogado de Washington, Miguel Estrada, en el Los Angeles Times el 10 de julio, las acciones de Zelaya estaban expresamente prohibidas por la Constitución hondureña.
Zelaya fue enviado fuera del país porque Honduras creía que encarcelarlo habría provocado actos de violencia. El presidente interino, Roberto Micheletti, prometió que las elecciones presidenciales programadas para noviembre se llevarían a cabo.
Eso habría sido el final si EE.UU. hubiera apoyado el estado de derecho de Honduras, o simplemente se hubiera abstenido de entrometerse. En cambio, Obama y el Departamento de Estado de EE.UU. se unieron a Chávez y sus aliados para exigir que Zelaya sea restituido en el poder. Esto ha envalentonado a Venezuela.
El 5 de julio, Zelaya se subió a un avión tripulado por un equipo venezolano con destino a Tegucigalpa, sabiendo muy bien que no lo dejarían aterrizar. No importaba. Su intención era incitar a la muchedumbre en tierra y forzar una confrontación entre sus partidarios y los militares. Funcionó. Una persona murió en los enfrentamientos cerca del aeropuerto.
La tragedia, sin embargo, no produjo la reprobación deseada al gobierno de Micheletti. En cambio, les dio fuerza a los patriotas hondureños. Quizá sea porque la violencia en el aeropuerto reafianzó la idea de que Zelaya es una amenaza para la paz.
Él no fue el único que perdió la credibilidad ese día. El secretario general de la OEA, José Miguel Insulza había alentado el truco publicitario del vuelo a pesar de sus riesgos obvios. Incluso viajó en otro avión detrás de Zelaya para mostrar apoyo. El incidente destruyó cualquier posibilidad de que Insulza pudiera ser considerado un mediador honesto. También reforzó la acusación de que al insistir en el retorno de Zelaya, EE.UU. estaba jugando con fuego.
El día siguiente, el presidente de Costa Rica, Oscar Arias, ofreció actuar como mediador entre Zelaya y el nuevo gobierno. Arias parecería estar lejos de ser un árbitro imparcial dado que es partidario de Zelaya. No obstante, también es cierto que Centroamérica será la más perjudicada si Honduras cae en una guerra civil. Se deduce que San José ofrece mejores probabilidades para la democracia hondureña que, por ejemplo, los auspicios de la OEA.
Otros influyentes centroamericanos han expresado su respaldo a Honduras. La semana pasada, el diario hondureño El Heraldo informó que el embajador de El Salvador ante la OEA dijo que esperaba ver la resolución que suspendió a Honduras revocada pronto. El cardenal Oscar Rodríguez Maradiaga ha criticado las violentas tácticas de Zelaya y dice que Honduras no querrá emular a Venezuela.
Chávez entiende que la suerte de Zelaya se desvanece, razón por la cual llamó a Tom Shannon, el subsecretario para el hemisferio occidental del Departamento de Estado de EE.UU. en su casa a las 11:15 p.m. Shannon me dijo que en esa conversación, Chávez "de nuevo presentó argumentos para un retorno incondicional de Zelaya, aunque lo hizo de una manera menos bombástica que en el pasado".
Shannon dice que en respuesta "le sugirió que Venezuela y sus [aliados] se encarguen del factor miedo llamando a elecciones libres y justas y una transición pacífica a un nuevo gobierno". Eso, dice Shannon, "no ha sucedido".
Tampoco es probable que ocurra. EE.UU., sin embargo, continúa ejerciendo una enorme presión para que Zelaya regrese. Si prevalece, es poco probable que las muchedumbres de Zelaya puedan ser amansadas de repente.
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