Cuba en tierra de faraones
Distante, en apariencia, a la crisis de Honduras, Raúl Castro prefirió por estos días alejarse de los problemas cotidianos de Cuba y tomarse unas vacaciones africanas.
Las llamo vacaciones, porque de qué otra manera puede llamársele a esta gira insustancial, que Castro se ha regalado a sí mismo y a los miembros selectos de su delegación, Ramiro Valdés, entre ellos, con quien parece haber olvidado viejos rencores.
Con las ruinas del país cayéndole a los cubanos en la cabeza, tan confiado parece sentirse el general que decidió darse un viajecito de diez días, a propósito del pase de estafeta a Egipto de la presidencia del insigne movimiento de países no alineados.
En Argelia, primer punto del periplo y donde a la vista no se alcanzaron dividendos reales para Cuba, Castro reafirmó «los inquebrantables lazos históricos'' con Abdelaziz Buteflika, el mismo golpista que fue objeto de burla del ahora compañero Fidel, cuando el golpe de estado de Houari Boumedienne contra Ahmed Ben Bella. Allá por los sesenta.
De Argel, Raúl brincó al exclusivo balneario egipcio Sharm El Sheik, para entregarle el paquete del NOAL a Hosni Mubarak. Y de ahí a El Cairo, según la «inefable'' crónica de Lázaro Barredo, el director de turno de Granma, de quien nunca antes logré leer un texto suyo completo. Hasta ahora en que Barredo cuenta la visita de Castro a los Museos Copto y Egipcio, y el paseo que hizo después, vestido todo de blanco y con sombrero, por las pirámides de Giza. Quizás para pedirle a Osiris y al resto de los dioses egipcios el secreto de la inmortalidad y las técnicas de embalsamamiento.
En medio de su gira, y desde la distancia, Castro despachó a Esteban Lazo al aniversario 30 de los sandinistas. Y la orden fue precisa: di que en Honduras se juega el destino latinoamericano. Eso, para mantener el «liderazgo'' y el compromiso regional.
Namibia fue la siguiente escala. Esta de muy poco significado, comparada con la de Angola, la segunda visita que Raúl realiza en lo que va de año a su viejo conocido José Eduardo dos Santos. ¿Por qué Luanda? Lo más probable, a buscar dinero: préstamos blandos e inversiones. Ese es el verdadero objetivo del viaje.
Dos Santos es uno de los hombres más ricos y corruptos de Africa, gracias al inescrupuloso control que desde el poder mantiene sobre las riquezas naturales del país: petróleo, oro y diamante. De alguna manera, piensa Raúl, Dos Santos debe pagar por los muertos cubanos y los años de servicio. ¿Será? Lo dudo. Angola entró en un circuito internacional ajeno y lejano para Cuba.
En la política del pedigüeño, la que heredó de su hermano, Raúl ha ensayado casi todo: con Venezuela, Rusia, China, Irán, Corea del Norte, por ejemplo. Al gobierno de Caracas, La Habana le debe ya unos $4,000 millones por concepto de envío de petróleo. En la lista del Club de París, Cuba aparece como el segundo deudor mundial. Y con Rusia, España, Japón, Alemania, Canadá y Argentina, por citar casos, ni se diga.
Raúl sigue sin querer aceptar que la solución de Cuba no está afuera. No en la tierra de los faraones, ni en ninguna otra. Hace diez días que se fue de vacaciones y dejó el país, en manos de Machado Ventura y el resto de otros confiables segundones, correligionarios jefes militares, de la policía y el partido. Todos bajo la guía sempiterna del ahora compañero Fidel.
Lo lamentable es que no pasa nada. El país sigue debatiéndose silenciosamente si se mantiene, como en Sinuhé el egipcio, la novela de Mika Waltari, entre la Casa de la Vida y la Casa de la Muerte. A la espera de que, también como Sinuhé, la historia sepulte a estos faraones tropicales varios metros bajo tierra.
- 23 de enero, 2009
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