Fría recepción al cuento del calentamiento
Desafortunadamente, el presidente de China tuvo que volver a su país a toda prisa a sofocar por la fuerza los disturbios raciales. Si hubiera permanecido en Italia durante la reciente cumbre del G-8, podría haber proseguido la hercúlea tarea de desengañar a Barack Obama de su convencimiento sorprendentemente terco, compartido por el Congreso estadounidense, de que China — y la India, Brasil, México y los demás países en vías de desarrollo — van a sacrificar su modernización en el altar del cambio climático. China tiene una agenda más urgente, y ni siquiera disolver los disturbios encabeza la lista.
China dejaba esto claro en junio, cuando su vicepremier decía, opacamente, que China "participará" activamente en las conversaciones sobre el cambio climático según el criterio de "responsabilidad compartida pero diferenciada". El significado de eso era aclarado tres días más tarde, en la conferencia del cambio climático celebrada en Bonn, donde un portavoz chino reiteraba que la prioridad de su país es el crecimiento económico: "Teniendo en cuenta eso, es natural que China registre cierto incremento en sus emisiones contaminantes, de forma que no es posible para China en ese contexto la aceptación de un objetivo vinculante u obligatorio". Eso fue redundante: En enero, China anunciaba que su constante dependencia del carbón como fuente prioritaria de energía exigirá elevar la extracción de carbón un 30 por ciento durante los seis próximos años.
En Bonn, hasta el integralmente desarrollado Japón prometía apenas un incremento del 2 por ciento en sus obligaciones de reducción de emisiones bajo el Acuerdo de Kyoto de 1997. La decisión de Japón dejaba a Yvo de Boer, el duro de oído que ocupa el puesto de zar del cambio climático en Naciones Unidas, asombrado: "Por primera vez en mis dos años y medio en este puesto, no sé qué decir".
Otros sí. Dijeron: ¡Rumbo a Italia! El Financial Times informaba, "Funcionarios ponen ya sus esperanzas" en la cumbre del G-8.
Que llegó como se fue, prometiendo los ocho miembros limitar las emisiones de gases de efecto invernadero un 80 por ciento para el año 2050, que vendrá dentro de 41 años. Como 1968, que parece igual de distante que las Guerras Púnicas, considerando que más de la mitad de los estadounidenses vivos nacieron después de 1966. Si no quiere hacer algo hoy, prometa hacerlo todo mañana, que siempre le da un día de respiro.
Aún así, declarando solemnemente que no van a andarse con contemplaciones con la naturaleza, los ocho alcanzaban un compromiso — pero uno no vinculante — de que la temperatura de la Tierra no se elevará 3,6 grados Fahrenheit por encima de "niveles preindustriales". Ese es el objetivo. Los detalles se darán a conocer pronto. Mañana.
Dando explicaciones de tal letargo frente a una supuesta emergencia, el anfitrión del G-8, el Primer Ministro de Italia Silvio Berlusconi, decía que los ocho miembros no debían agobiarse mientras "5.000 millones de personas seguían comportándose como siempre se han comportado". En realidad, el problema, para la gente que piensa que es un problema, es que los 5.000 millones del mundo en vías de desarrollo se están comportando de una forma nueva. Tras siglos de exclusión del crecimiento económico, lo están disfrutando, lo cual es molesto para los presuntos mecánicos del clima de naciones ya prósperas.
Los mecánicos dicen: ¡Rumbo a Copenhague! Allí, en diciembre, prosigue la fiesta itinerante del ceremonial climático. Momento para el cual solamente China, a su ritmo actual, habrá construido en serie probablemente 15 plantas térmicas más, capaces cada una de ellas de abastecer de electricidad a una ciudad del tamaño de San Diego. Y el pasado domingo, la India anunciaba a la Secretario de Estado Hillary Clinton en visita oficial que no hay "ninguna posibilidad" de que la presión estadounidense sobre la India vaya a reducir las emisiones de carbón.
El coste asociado a destetar a la economía estadounidense de gran parte de su dependencia del carbón es incierto, pero ciertamente considerable. Los beneficios climáticos de hacerlo también son inciertos pero, teniendo en cuenta el comportamiento de esos traviesos 5.000 millones de habitantes, casi seguro pequeños, minúsculos quizá, hasta insondables. Afortunadamente, el escepticismo en torno a las pruebas que supuestamente apoyan el actual alarmismo en torno al cambio climático está creciendo, al igual que el convencimiento de que, al margen de cuál resulte ser la verdad del problema, las acciones estadounidenses no pueden ser significativamente paliativas.
Cuando el columnista del New York Times Tom Friedman instaba a "la juventud estadounidense" a "concentrar 1 millón de personas en el Washington Mall pidiendo un precio a las emisiones contaminantes," otro columnista, Mark Steyn, respondía: "Si tienes 29 años, no ha tenido lugar un calentamiento global en toda tu vida adulta. Si te vas a graduar en el colegio secundario, no ha habido calentamiento global desde que entraste en primero".
Lo cual podría explicar el motivo de que el Mall no rebose de jóvenes clamores motivados por el carbón. Y el motivo, con respecto al cambio climático, de que el gobierno estadounidense, precipitándose a imponer lastres de intercambio de emisiones de forma unilateral a la asfixiada economía estadounidense, se parezca cada vez más a alguien que se compró un fondo de armario de zapatos de plataforma y pantalones de campana justo cuando la era disco desaparecía.
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