¿Ciudadanos o hooligans?
La Vanguardia, Barcelona
Para ti soy ateo. Para Dios, la oposición", escribió Woody Allen en uno de esos libros que leí en la época en que leíamos libros de Woody Allen. (Hubo un tiempo, sorprendentemente, en que ese tiempo existió.) La frase me quedó grabada, quizá porque es una definición genial de la perspectiva. Ciertamente, la imagen de uno mismo varía tanto en función de quién lo mira que pueden coexistir diversos yos públicos, a cual más contrapuesto, mientras el yo real va haciendo lo suyo. La cosa es especialmente fascinante cuando ese yo real intenta ir por libre y, abandonando los pensamientos líquidos, se monta la tienda de campaña en medio de la nada. Pocas cosas hay más denostadas y generan más desconfianza que la libertad de pensamiento. Y así, cuando una intenta practicarla, más allá de los diversos rediles que acampan por la pradera, le llueven chuscos de todas las familias.
Aterrizo en ejemplos de cosecha propia. El otro día escribí sobre los bolsos –y lo que colea– de Rita Barberá. Por supuesto, los seguidores del PP consideraron que yo era una agente del PSOE dedicada a la persecución de sus tiernas carnes. Y entonces me mentaron a la hija de Manuel Chávez. Cuando aticé a los del PSOE por las cacerías con jueces, de ese amigo de los animales llamado Bermúdez, me dijeron que me había pasado al PP. Así, sin anestesia, de republicana indómita a chica de Génova. Cuando le doy a IC –que da muchos y grandiosos motivos–, soy una neocon vendida al oro americano; si le doy a ERC, lloro por no sé qué herida; si le doy al PSC, me he pasado a las huestes convergentes, y si la crítica la recibe CiU, soy una especie de traidora de Catalunya. Por supuesto, también al revés, desde el aplauso a Carme Chacón –"te has hecho socialista"– hasta la reflexión positiva sobre Mariano Rajoy –"te has vuelto loca"–, pasando por la mirada serena de otros líderes como Montilla, Mas o Carod, algo resulta evidente: la mayoría de los seguidores de los partidos políticos gustan más del estilo hooligan que de la condición de ciudadanos.
Es decir, lejos de asumir que sus líderes pueden ser Ritas con Louis Vuitton de antipáticas procedencias o Bermúdez cazadores en incómodas compañías, prefieren reaccionar al estilo del fanático futbolero y, así, estar más cercanos a la condición de creyentes que a la condición de pensadores. Y para ello, por supuesto, necesitan disparar al pianista.
¿Por qué asusta tanto la libertad de los otros? Sin duda, porque lo que asusta es la propia libertad. Así pues, convertida en agente infiltrada de todos los partidos políticos, y rechazada por todos, llego al punto máximo de libertad.
Lo dice siempre Josep Cuní, y él sabe de vivir a la intemperie: "Cuando todos te critican, y ninguno te considera de los suyos, es que vas por el buen camino".
- 23 de enero, 2009
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