«Internas» uruguayas
En Uruguay, desde la última enmienda constitucional de 1997 los partidos políticos están obligados a realizar elecciones internas abiertas.
Antiguamente, como se sabe, regía el doble voto simultáneo (conocido vulgarmente como ley de lemas), en virtud del cual en cada partido se presentaban todos los candidatos que desearan, sumando sus votos frente a los demás. Se consagraba presidente de la República el más votado del partido más votado. El sistema tuvo sus méritos históricos y se basaba en una realidad: la adhesión a los partidos era muy fuerte y el ciudadano votaba por su candidato, o al otro de su partido, pero nunca a un contrario.
Con el correr de los años, esa realidad dejó de serlo. Habían nacido núcleos de opinión independiente y el ciudadano muchas veces se lamentaba de que, habiendo perdido su candidato dentro de su partido, su voto hubiera ido a beneficiar a otro al que habría descartado de haberlo sabido ganador. Se resolvió entonces ir a un sistema de candidatos únicos, elegidos a padrón abierto en el mes de junio del año electoral.
En esas particulares "internas" se eligen a la vez el ciudadano candidato a presidente por el partido y la convención nacional que actuará como órgano supremo de cada colectividad. El precandidato más votado queda automáticamente elegido si obtiene más del 50% o si, habiendo superado el 40% aventaja en un 10% a quien lo escolta. De no darse ninguna de estas circunstancias, el candidato será elegido por la nueva convención partidaria, que también proclamará al candidato a la vicepresidencia.
El acto electoral es idéntico a una elección nacional. Se integran las mismas mesas y los ciudadanos hacen fila y votan en forma secreta. Nadie identifica en cuál de las elecciones internas está sufragando. Al hacerse el escrutinio, se separan las listas de cada partido para establecer cuántas voluntades reúnen los diversos candidatos.
En la tradición nacional, fue el Partido Colorado el que desde principios del siglo XX ha realizado esas elecciones internas. En los últimos años, sólo las organizaba su sector mayoritario, el batllismo, reivindicativo de la ideología socialdemócrata de José Batlle y Ordóñez (1856-1929). En la última reforma se generalizó el sistema y se hizo obligatorio, con el fin de establecer un principio democratizador en la vida interna. Era y es un modo de que la ciudadanía sea la que, libremente, elija el candidato de su preferencia.
Así se hizo ya en dos oportunidades, y ahora acaba de ocurrir la tercera. Lo interesante es que la realidad política muestra una efectiva democratización. Baste pensar que ahora el candidato impulsado por el presidente Vázquez, titular del gobierno y líder indiscutido de la coalición oficialista, no fue el triunfador. El senador Mujica superó al senador Astori, pese al apoyo presidencial a este último. Algo parecido ocurrió en elecciones anteriores en los otros partidos. En general, tampoco resultaron elegidos los que gozaban del favor de las alturas.
Bueno también es señalar la patología del sistema. En las dos elecciones anteriores, el Frente Amplio tenía un candidato indiscutido (el doctor Vázquez), a quien elegía en los órganos partidarios, de modo que sólo asistían sus adherentes a las elecciones impuestas por la Constitución como un trámite por cumplir. Ello hizo que grupos frentistas organizados, al amparo del secreto, votaran por un candidato de otro partido, para elegir el competidor que sentían más débil. Esta práctica espuria ahora resultó imposible, porque había lucha dentro del Frente, al igual que en los partidos tradicionales, habituados a marchar con varios candidatos.
En este caso, los resultados han sido también interesantes y bastante distintos que los anunciados por las encuestas. En un clima muy tranquilo, votó mucha menos gente de la esperada. El Partido Nacional, sorpresivamente, convocó más gente que el Frente Amplio. El Partido Colorado llegó a un 12%, cuando se le vaticinaba un siete o un ocho por ciento, y los partidos tradicionales demostraron que sumados estarían en condiciones de cambiar nuevamente el signo del gobierno. Naturalmente, faltan cuatro meses y una elección nacional con voto obligatorio no es lo mismo que una interna voluntaria, en la que sufragó sólo el 45% de los ciudadanos habilitados.
El candidato elegido por el Partido Nacional es el doctor Luis Alberto Lacalle, quien ya fue presidente (1990-1995). El logró, en dos años, revertir su situación política de modo espectacular e imponerse al doctor Larrañaga, que en la interna de hace cinco años lo había doblado en votos. En el Frente Amplio, Mujica, antiguo guerrillero tupamaro y ministro de Agricultura de este gobierno, superó a su colega Astori, hasta hace poco ministro de Economía. En el Partido Colorado, se impuso Pedro Bordaberry, un joven político que superó los prejuicios ajenos, por ser hijo del presidente de facto de la dictadura, y ahora luce frente a sus competidores como portavoz de una nueva generación que se incorpora a la vida política.
Muchas consideraciones podrían hacerse al respecto. Lo que está claro es que los candidatos poseen una incuestionable legitimidad. Las perspectivas son mucho más discutibles. Todos los resultados están abiertos, aunque el panorama indica que esta vez no habrá resultado definitivo en la primera vuelta de octubre y que todo se decidirá en el ballottage del último domingo de noviembre. Entonces se sabrá si el país retorna al centro o, por el contrario, profundiza una visión socialista que se viste de moderada, pero es profundamente arcaica.
El autor fue dos veces presidente del Uruguay.
- 23 de enero, 2009
- 2 de enero, 2025
- 1 de enero, 2025
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