La Teoría de las Ventanas Rotas
La Teoría de las Ventanas Rotas toma su nombre de un artículo bajo ese título publicado por George L. Kelling en 1982 y del libro publicado en 1996, sobre criminología y sociología urbana, por el propio George L. Kelling en asocio con Catherine Coles con el título en ingles de “Fixing Broken Windows: Restoring Order and Reducing Crime in our Communities” (Reparando Ventanas Rotas: Estableciendo Orden y Reduciendo el Crimen en nuestras Comunidades”).
La teoría establece que las comunidades que no atienden a pequeños problemas de deterioro urbano como son edificios con ventanas rotas o aceras sucias, estimulan un ambiente propicio para el crimen. Esta ausencia de espíritu comunitario o educación urbana como decían nuestros abuelos, hace que el elemento criminal migre hacia esas comunidades, pues percibe correctamente en ellas la ausencia de respeto y orden y que allí pasarán desapercibidos.
El ejemplo clásico es el caso de una localidad donde existe un edificio con ventanas rotas y no lo reparan con prontitud, lo cual estimula a las personas a romper más ventanas y si no se impone el orden, eventualmente usar el edificio como guarida de drogadictos y malhechores.
Igual sucede en el caso de las aceras. Botar basura en las aceras sin que nadie se preocupe por recogerla estimula a más personas a botar basura y llegará el momento que las aceras se convertirán en muladares.
La clave del éxito en la aplicación de la teoría está en empezar con los problemas chicos. Su primera aplicación práctica fue en el subterráneo de New York, donde se descubrió con algo de sorpresa que las personas que saltaban los accesos con el objeto de no pagar y los responsables de vandalismo, incluyendo los autores del graffitti que afeaba los trenes, eran en una alta proporción los mismos que cometían los crímenes mayores. De ahí surge la idea de retirar de las calles a los vagos, mendigos, “pushers” y violadores de ley, aún de delitos menores. Con anterioridad la policía se preocupaba solo de investigar los crímenes mayores dándole menor prioridad a los delitos menores.
De esta experiencia surge la Doctrina de “Cero Tolerancia” de Rudy Giuliani, que redujo con éxito la incidencia del crimen en la Ciudad de New York, en un tiempo una de las más violentes del planeta. La teoría ha sido aplicada en otras ciudades norteamericanas y en Europa. En Italia, por ejemplo, algunas ciudades retiraron los “limpia vidrios” de las calles con resultados de reducción en los robos.
Nuestra ciudad sufre de una alta criminalidad. Con preocupación he venido observando en mis esporádicos viajes a mi ciudad en los últimos cuatro años, cómo aumenta el temor de amigos y familiares ante la amenaza de ser objeto de asaltos, secuestros express o robos. Nuestras residencias se han transformado en verdaderas cárceles. Con gran nostalgia recuerdo los “viejos tiempos” de mi adolescencia en David, donde vivíamos con las ventanas abiertas, puertas y autos sin cerrojos. Sé que esos son “tiempos pasados”, pero aún en esta época moderna tan complicada, hay fórmulas para vivir en mejores condiciones de paz en los hogares, que en el “estado de sitio” al cual estamos arribando. Una manera es aplicar la teoría de las ventanas rotas y el concepto de “cero tolerancia”.
La necesidad de estas medidas en nuestra ciudad salta a la vista. Ni siquiera se requiere “mano dura”; solo se requiere aplicar “cero tolerancia” y eliminar de las calles al malhechor responsable de los crímenes y violaciones de la ley de menor grado que con frecuencia será o estará asociado con quienes cometen los crímenes mayores. Así veremos cómo se reduce la tasa de criminalidad. Empezemos por los chicos.
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