Afganistán: perspectivas desde el terreno
El País, Madrid
El refuerzo de la seguridad en Afganistán, por medio de un sustantivo despliegue militar liderado por Estados Unidos, busca estabilizar el país a corto plazo, sentando parte de las bases necesarias que, con posterioridad, permitan complejas negociaciones con los distintos grupos insurgentes. El momento político que se vive allí también es clave de cara a las elecciones presidenciales de agosto. Sin embargo, los desafíos de la construcción de un Estado viable y el abrumador compromiso internacional que ello requerirá seguirán siendo una cuestión sin fácil respuesta. Ésta es, en suma, la impresión que nos produjo una reciente visita a Herat, la desértica provincia de Kandahar, bastión talibán, y un Kabul con checkpoints y muros, por donde es necesario moverse con casco y chaleco antibalas.
Nos encontramos con una insistente demanda de seguridad para superar una situación en virtud de la cual la violencia se ha multiplicado exponencialmente y los insurgentes controlan muchas áreas del país ("distritos negros"). El despliegue de más tropas, parte de ellas para el entrenamiento de las fuerzas de seguridad afganas, se percibía allí como algo necesario, incluso aunque ello conllevara un aumento de la violencia. La incapacidad de garantizar la seguridad ha hecho dudar a muchos afganos del alcance del compromiso de la comunidad internacional con su futuro. Una encuesta reciente muestra que los afganos, aunque casi todos rechazan a los talibanes y yihadistas y temen que terminen prevaleciendo al final, han ido empeorando en los últimos años su opinión de la presencia internacional.
Esto hay que ponerlo en relación con una imperiosa llamada a evitar más bajas civiles. Esto es crucial. Nunca ha habido suficientes soldados para controlar un territorio inusitadamente complejo y hostil. En 2010 habrá casi 100.000 soldados internacionales en Afganistán (unos dos tercios de los cuales serán norteamericanos), pero estas cifras son menores de las estimadas necesarias en escenarios de contrainsurgencia. Un círculo vicioso resultante de la falta de tropas, el énfasis en la protección de las presentes y un correlativo exceso de recurso al apoyo aéreo, más los problemas de coordinar fuentes de inteligencia, han contribuido a catapultar las bajas civiles afganas, sobre todo en 2007 y 2008.
Según Human Rights Watch, la mayor parte de estas bajas civiles corresponden a acciones de la insurgencia, pero de aquellas resultantes del uso de la fuerza por las tropas internacionales, la mayoría se deben a situaciones de "Tropas en Contacto" (escaramuzas inesperadas con insurgentes a veces superiores en número, que llevan a solicitar apoyo aéreo), no a objetivos predeterminados. La mayor parte de las bajas civiles por acciones de las fuerzas internacionales correspondería a la operación contraterrorista Enduring Freedom (OEF), liderada por Estados Unidos, y que utiliza fuerzas especiales. Cómo se coordinan la misión de la OTAN -ISAF, con mandato de Naciones Unidas- y OEF sigue siendo una cuestión en el aire, a pesar de que hoy están bajo una única cadena de mando. También lo es si las nuevas tropas americanas se asignarán a ISAF o OEF, algo relevante para juzgar la naturaleza y condiciones de las próximas acciones militares.
Además, muchos países miembros de la OTAN no envían más fuerzas y, sobre todo, no levantan algunas restricciones (caveats) sobre sus tropas allí, impidiéndoles otorgar seguridad de forma efectiva. Comprobamos que en realidad ciertos contingentes nacionales tienen que permanecer casi todo el tiempo encerrados en sus bases, lo que no causa buena impresión entre los afganos.
Estos factores, junto con una insurgencia muy bien financiada por ciertos elementos de Pakistán -y, como se afirmaba en Herat, quizá también Irán- y por el opio, y un Gobierno incapaz de prestar servicios básicos, que encima repuso en el poder a los mismos señores de la guerra y muyahidin responsables de tanto sufrimiento en la guerra civil, han alienado a muchos afganos. Y algunos se ganan el pan con los insurgentes (por ejemplo, colocando explosivos).
Tal y como se ve allí, muchas fuerzas internacionales tienen ante todo que ser más "locales": más patrullas conjuntas con las fuerzas afganas, acceder a áreas inseguras -y quedarse-, más contactos con los líderes tribales, más planificación cívico-militar, etc. Una cuestión de legitimidad, tal y como enfatizaban algunos canadienses en Kandahar, y una apuesta sin duda más arriesgada para algunos políticos (poco interesados, salvo cuando es absolutamente inevitable), puesto que habría más bajas. Pero parece la vía correcta. El nuevo general, McChrystal, insiste en la necesidad de proteger a la población y reducir como sea los ataques aéreos.
Que no existe una salida exclusivamente militar del conflicto en Afganistán, ni siquiera con más soldados, es ya un axioma. En el fondo, la parte militar de la estrategia tiene como objetivo no tanto derrotar a la insurgencia (algo visto como imposible en ISAF), sino, junto con otras medidas diplomáticas, un refuerzo civil, etc., alcanzar antes la fase de estabilización y lograr que negociar sea inevitable para muchos talibanes y otros grupos armados (pasarse de bando es algo natural en dicho país).
Es probable que el esfuerzo militar actual sólo tenga consecuencias duraderas si luego le siguen negociaciones con un número suficiente de líderes talibanes -aislándoles del núcleo más duro, al igual que de los yihadistas y Al Qaeda, sobre quienes se mantendría el cerco- y si hay un cambio serio por parte de Pakistán. Ése es el orden del proceso diseñado; de la segunda fase todavía no se habla casi, y no es claro que vaya a dar resultados sólidos. Tratar con individuos que reducen escuelas a cenizas o usan civiles como escudos humanos -y, si se resisten, los queman, como en el distrito de Chora, Uruzgán- es sólo uno de los dilemas que presenta la construcción de la paz en Afganistán.
El impacto último de la estrategia depende, pues, de demasiadas cosas. En general, no sabemos si podrá desarrollarse la famosa afganización, pero sí que presenciaremos un dominio norteamericano de la misión a todos los niveles. Lógico -son los que más capital político ponen-, pero insuficiente para lograr la paz si, precisamente por ese mismo capital político, la Administración de Obama debe conseguir resultados rápidos.
Si los europeos quieren influir en todo esto, deberían, como nos pedían muchos afganos, redoblar su compromiso (a nivel diplomático, etc.) y asumir riesgos, algo de lo que huyen como de la peste. A menudo se critica que Europa no combate. Quizá precisamente ése sea su valor añadido para una población que sólo ha conocido violencia, siempre y cuando pongamos de verdad recursos civiles sobre la mesa. EUPOL, la misión europea de policía, a pesar de su potencial, ha sufrido para cubrir personal desde 2007. Ciertos Estados de peso, proeuropeos de boquilla, apenas han enviado policías, y los que otros enviaron al principio casi ni hablaban un inglés básico. Para algunos, el proyecto de construcción de un cierto Estado funcional en Afganistán es irrealizable; para otros, parte de la solución.
Estamos aún en un proceso incierto, de muchos años y que puede depender de decisiones clave hoy, si no de todos los errores cometidos desde 2001.
Además de Borja Lasheras, de la Fundación Alternativas, firma este artículo Fabio Liberti, de IRIS-France.
- 23 de enero, 2009
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