Dos potencias interdependientes
Corriere Della Sera – La Nación
NUEVA YORK.- En una sola semana, la que se inició anteayer, Estados Unidos pidió a los ahorristas y gobiernos del mundo que compraran bonos del Tesoro por valor de otros 200.000 millones de dólares. Una cifra enorme: antes del estallido de la crisis, en el curso de un año completo, 2007, se emitieron bonos por 350.000 millones de dólares. Este dato bastaría para justificar el énfasis con el que el presidente Barack Obama lanzó la "ronda" de conversaciones estratégicas entre Estados Unidos y China.
Ahora que los estadounidenses se esfuerzan por volver a ahorrar, la estabilidad financiera, el blindaje del dólar y el control de la inflación dependen cada vez más de la disposición de los otros países a respaldar títulos basados en la moneda norteamericana. Pese a haber auspiciado varias veces la aparición de instrumentos monetarios alternativos al dólar, Pekín sigue aumentando sus adquisiciones de bonos de deuda estadounidense. Con los 30.000 millones de mayo, China ha asumido un riesgo con el Tesoro que supera el umbral de los 800.000 millones de dólares. Ahora, una cuarta parte de la deuda pública estadounidense adquirida en el extranjero está en manos chinas. Una cifra que indica dependencia, pero también interdependencia: Pekín apuesta de manera masiva al dólar, a pesar de la fragilidad de esa moneda, porque no tiene ningún interés en que se produzca un colapso de la economía estadounidense. Eso sería desastroso para sus exportaciones y para el destino de sus inversiones.
Pekín temía que la "vía preferencial" del diálogo China-Estados Unidos abierta por el liberalismo de George W. Bush en el momento triunfal de la globalización se cerrara con un nuevo presidente demócrata más atento al respeto de los derechos humanos, que habla de libre comercio pero que después respalda el "compre estadounidense". Y que fue electo con el apoyo de los sindicatos que consideran que el comercio con Asia es la causa de la ruina de los trabajadores estadounidenses.
Pero Obama, demostrando una vez más su pragmatismo, no sólo ha retomado esa iniciativa sino que la ha reforzado. Agregó a esa agenda económica otra abultada agenda de temas políticos y asignó a la negociación con una delegación china de menor nivel al secretario del Tesoro, Tim Geithner, y a la secretaria de Estado, Hillary Clinton.
Lo hizo porque, por primera vez desde que se convirtió en la potencia global dominante, Estados Unidos se encuentra ante un rival que puede condicionar profundamente sus perspectivas económicas. Pero también porque se ha dado cuenta de que, desde el dólar hasta la contaminación, ambas potencias tienen intereses comunes. Y aunque esos intereses sean divergentes, un conflicto implicaría para ambos más perjuicios que ventajas.
Estados Unidos sabe que sus raíces están del otro lado del Atlántico, pero desde hace años mira hacia el Pacífico. Y si sobre cuestiones estratégicas -desde Corea del Norte hasta Irán- queda mucho trabajo político por hacer, sobre la gestión de la crisis económica China y Estados Unidos parecen hablar el mismo idioma: son los únicos países que han reaccionado con enormes planes de estímulo fiscal, mientras que el tsunami financiero ha desplazado a todas las viejas controversias.
El mensaje que trasmiten las reuniones de Washington es que, con el consumidor estadounidense contra las cuerdas y el chino que aún no está en condiciones de sustituirlo, la esperanza de una recuperación radica en el desarrollo de una nueva economía de servicios colectivos basada en la infraestructura y la tecnología del ahorro energético.
Comparado con el diálogo con Europa, a Obama le resulta más difícil llegar a un acuerdo con China sobre estos temas; pero ese acuerdo es aún más importante, ya que ambos países son los mayores contaminadores y consumidores de hidrocarburos del mundo. Si encuentran un terreno común, los otros países no podrán hacer otra cosa más que seguirlos.
Traducción de Mirta Rosenberg
- 23 de enero, 2009
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