Los diarios como instituciones
Desde hace años pensamos que en la Argentina es más importante la sociedad que la institucionalidad. Al producirse la revolución emancipadora de la que estamos celebrando el bicentenario, el Virreinato del Río de la Plata, tardía creación borbónica de un imperio español asediado militarmente por Portugal e Inglaterra, se vertebró con enormes dificultades. El Alto Perú y Paraguay rápidamente se desgajaron y, más tarde, la entonces Provincia Oriental se declaró república independiente, luego de largas y penosas travesías. El hecho es que la generación argentina de la independencia no logró darse una constitución y sólo medio siglo después puede decirse que se había alcanzado la trabajosa unidad nacional. A partir de allí, y a pesar de lapsos a veces deslumbrantes de expansión, la historia argentina no muestra una continuidad institucional como la que le permitió al enorme Brasil permanecer unido o al más pequeño Uruguay configurarse como una república precozmente moderna.
El debate sigue abierto, y basta leer los editoriales de los diarios o los debates políticos para advertir hasta qué punto permanece vivo el reclamo de una institucionalidad asentada en la efectiva separación de los poderes, el funcionamiento independiente de la judicatura, un verdadero federalismo y una sociedad acostumbrada a cumplir las leyes y a pagar impuestos. Bastaría recordar la reciente crisis de 2001 para demostrar palmariamente la fragilidad de las instituciones públicas en un país que, por encima o por debajo de ellas, posee un nivel de desarrollo agrícola e industrial destacable, una producción científica superior a todos los vecinos y un nivel cultural que se advierte con apenas una breve recorrida por una capital pletórica de librerías, teatros y galerías de arte.
Esa sociedad civil posee instituciones médicas formidables, relevantes fundaciones sociales, organizaciones gremiales dedicadas al progreso y notables museos privados. Atrapados en el discurso político, sin embargo, no siempre se advierte su importancia o el valor de poseer, por ejemplo, dos grandes diarios, de trayectoria y solidez, que informan, entretienen y debaten. Por cierto, la prensa argentina ofrece muchas realizaciones notables. Sin soslayarlos, nos parece fundamental, en el entramado institucional, la presencia de LA NACION y Clarín .
Subrayamos la palabra "institución", que está en la médula de esta reflexión. No todos los periódicos devienen instituciones, o sea organizaciones cuya palabra y presencia se configuran como una instancia esencial en la vida de un país. Ello requiere tiempo y persistencia, la adhesión a un conjunto de valores y la prestación al ciudadano de un servicio que sienta como imprescindible.
Por cierto, no estamos en 1870, cuando don Bartolomé Mitre, terminada su histórica presidencia, fundó LA NACION como una "tribuna de doctrina". Ni en 1945, cuando el doctor Roberto Noble sacó a la calle Clarín , pionero en la presentación gráfica moderna. No había televisión, la radio no tenía el papel que hoy posee y nadie podía imaginar el mundo de la información digital. Vivimos, sin duda, una civilización audiovisual, en que la imagen predomina sobre la palabra y la seducción sobre la convicción. Sin embargo, la autoridad de la palabra escrita permanece. Verba volant, scripta manent , decían los romanos. Las palabras vuelan, la escritura permanece. ¿Quién da un marco de referencias para que el caleidoscopio fugaz de las imágenes televisivas adquiera sentido? ¿Quién investiga y hace afirmaciones con la responsabilidad de lo definitivo?
LA NACION y Clarín no siempre han coincidido en actitudes políticas o ubicaciones frente al poder. Y quizá con buenas razones puedan cuestionárseles, en su largo historial, campañas, artículos o posiciones. El hecho es que su permanencia es insoslayable para una ciudadanía argentina (y rioplatense), que les sigue brindando su preferencia.
Por cierto, son muy distintos. LA NACION es el clásico diario liberal, uno de los más internacionalistas del mundo en su información, tan localista y hasta provinciana aun en grandes diarios de grandes países. Clarín es de inclinación desarrollista, periódico popular por excelencia, con su manejable tabloide, su precoz uso del color y sus textos con subrayados de destaque. Cada uno, a su modo, ha ido evolucionando. LA NACION, para aproximarse al apresurado lector moderno, y Clarín , para ofrecer más calidad y sustancia.
En Uruguay, hubo un tiempo en que El País y El Día representaron también verdaderas instituciones, dos polos dialécticos del debate nacional. Desgraciadamente, desapareció El Día , y si bien El País no sólo permanece, sino que continúa haciendo un gran periodismo, no es lo mismo que brille en solitario a que diariamente compita con otra organización de parecido fuste y prestigio.
Lo que decimos de los dos grandes diarios argentinos seguramente no gustará a mucha gente. Los oficialismos más de una vez se han resentido con ellos y, alternativamente, también las oposiciones. Esa es la vida democrática. Lo que sí podemos afirmar es que sin ellos ningún ciudadano puede estar al día en el territorio de las ideas, del pulso del mundo, de las tendencias económicas o del vasto espacio del espíritu, que se articula en libros, estadios, teatros o películas de cine, bajo el rumbo orientador de los buenos periodistas y críticos.
Se dirá que son organizaciones comerciales, con sus intereses, bien distantes del periodismo romántico de Florencio Varela cuando arriesgaba su vida contra Rosas. Esa necesidad de ser viables ¿los hace menos trascendentes? A la inversa, su poder -que a veces los convierte en temibles- es el que los incorpora al mundo de frenos y contrapesos que quería Montesquieu para el buen funcionamiento de las democracias. Porque éstas, al fin de cuentas, no se agotan en los tres poderes clásicos.
El autor fue presidente del Uruguay.
- 23 de enero, 2009
- 2 de enero, 2025
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