Argentina: ¡Qué lindo que es dar buenas noticias!
Esta semana me anunciaron una rebaja considerable en mi factura de gas y, simultáneamente, que es altamente probable que pueda ver a mi equipo favorito penar lastimosamente en el campeonato Apertura sin pagar adicional alguno. Si no fuera economista y no sospechara de los “regalos K”, pensaría: “¿Qué más se le puede pedir a la vida?”.
Pero sucede que soy economista y sé que la palabra “gratis” en economía no existe.
La televisación del fútbol de primera división es un gran negocio, porque los fanáticos como yo están dispuestos a pagar una suma mensual por verlo.
Pero resulta que ahora el Gobierno anuncia que “democratiza” el fútbol haciendo que los fanáticos como yo no paguen, directamente, por verlo. Por lo tanto pensé –usando cierta lógica, seguramente defectuosa–: si el negocio era cobrarme a mí y yo no voy a pagar más, ¿dónde está el negocio, ahora, para que el Estado esté dispuesto a firmar un contrato que duplica lo que ofrecía el contratista anterior?
A menos que dicho contratista estuviera recaudando en publicidad $ 600 millones más por año de lo que declaraba. Sólo con mirar la torta publicitaria de la televisión argentina, suena un poco mucho. Pero eso será fácilmente comprobable.
Antes de pasar a lo que pensé en el tema del gas y la electricidad, una última reflexión respecto del fútbol. Como, insisto, la palabra gratis no existe en economía, si la publicidad no generaba 600 millones de pesos más por año que lo que declara TSC, o si dicha empresa no era extremadamente ineficiente o generosa pagando sueldos y gastos exorbitantes, entonces, la diferencia entre lo que se recauda efectivamente por publicidad, neto de los costos de producción, y lo que el Estado le pagará a la AFA surgirá del Presupuesto Nacional.
Es decir, será pagado con impuestos que aportan no sólo los fanáticos como yo, sino, también, aquéllos a los que no les gusta el fútbol o, inclusive, aquéllos que ni siquiera tienen televisión. Interesante la definición K de “democratizar”. Pero bueno, como dije, esto lo comprobaremos en un tiempo.
Paso, entonces, al tema de las facturas de gas y electricidad.
En la Argentina, el insumo más importante para producir energía es el gas. De manera que los costos del gas y de la electricidad van de la mano.
En la Argentina, el precio del gas y de la electricidad que pagamos en nuestras casas –neto de impuestos– está por debajo de los costos económicos de producirlo, y muy por debajo de premiar la inversión para expandir el servicio.
En muchos casos, esos precios están congelados desde su pesificación a principios de 2002. Por el lado de la producción y la exploración de nuevos yacimientos, los precios que reciben los productores están muy por debajo de los precios internacionales que predominan; de manera que las empresas producen lo mínimo indispensable. Asimismo, los contratos con las empresas privatizadas no han sido integralmente reformulados desde su interrupción en la fecha mencionada y las concesiones de exploración y explotación de gas y petróleo vencen en pocos años y, en el medio, la contraparte ha dejado de ser el Estado nacional, y son ahora los Estados provinciales respectivos.
Con este panorama, resulta fácil explicar por qué la producción de petróleo y gas está en decadencia y la exploración mucho peor.
Como la palabra gratis no existe en economía, las tarifas congeladas fueron financiadas, en parte, con subsidios públicos. Es decir, fueron pagadas con impuestos que aportaron no sólo los que tenían el servicio de gas y electricidad, sino también aquellos que no lo reciben. Interesante la definición K de “distribución equitativa del ingreso”.
Todo esto con el agravante de que algo que es muy útil, cuando está “barato” se consume más. De manera que no sólo se le ha subsidiado el consumo de gas y electricidad a sectores medios y altos de la población, con fondos públicos y aportes de muchos que, por ser pobres, no reciben el servicio, sino que se ha incentivado un despilfarro de energía, de recursos naturales no renovables.
Por lo tanto, hasta hemos tenido una redistribución regresiva del ingreso entre generaciones. Además, con estos precios relativos artificiales, se ha subsidiado la demanda de otros bienes y servicios, al aumentar el ingreso disponible de quienes pagamos por el gas y la electricidad menos de lo que deberíamos haber pagado. Es cierto que el diseño del tarifazo actual resulta inexplicable y que pretender corregir en un día el problema de años, también. Pero no es menos cierto que todo este desaguisado de precios relativos, subsidios regresivos, ausencia de incentivos, contratos no revisados, que creó la absurda política energética del período kirchnerista deberá ser modificado y reformulado.
Es lindo dar buenas noticias, pero las de esta semana, le aseguro, no lo fueron.
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