Laguna cultural
Es una lástima que a los jóvenes no se les enseña cómo se producen las cosas y cómo se coordinan las actividades espontáneamente en una sociedad en la que un príncipe —el Gobierno— no pretende dirigir todo, sino donde los ciudadanos actúan libremente dentro de los límites que impone el respeto a los iguales derechos de los demás.
Todos deben preguntarse: ¿Tiene usted, como persona individual, algún derecho que no pueda violar un Gobierno ni una mayoría democrática? Por ejemplo, el derecho más importante, el derecho a su propia vida. ¿Acaso ese derecho no está más allá de lo que una mayoría democrática puede violar legítimamente? ¿Habrá otros derechos que la mayoría no puede violar? Por ejemplo, el de libremente escoger su compañero o compañera de vida, o el de decidir qué religión practica. Como ejercicio intelectual, haga una lista de sus derechos que no dependen de la democracia porque son inherentes al ser humano individual.
En tiempos feudales, el príncipe —el Gobierno— era el dueño de la gente, los siervos. Él disponía de sus vidas, del fruto del trabajo y le dejaba a la gente lo que consideraba suficiente; el resto lo tomaba el príncipe. Ese tipo de gobierno es fácil de explicárselo a cualquiera, pues basta decir que el Gobierno sabe qué producir, cómo producirlo, distribuirlo y todos tienen que obedecer a su jerárquica burocrática que ordena —¿desordena?— todo. El príncipe podría intentar igualar oportunidades, pero para ello tendría que tratar a todos en forma diferente para compensar sus innatas diferencias, lo cual significa olvidarse de derechos iguales que debería respetar. El príncipe es un dictador, porque no tiene límite lo que puede hacer, igual que una democracia absoluta.
Lástima que no se enseñe cómo se produce, distribuye y se coordina una sociedad basada en el ejercicio de los derechos individuales y en la cual la función del gobierno democrático es velar porque se respeten derechos y que los ciudadanos puedan hacer todo lo que no es prohibido, según las oportunidades que tengan. Obvio es que las oportunidades no serán iguales para todos, pues dependen del lugar donde nacen, la época en que nacen, de su suerte, sus diferentes talentos, su apariencia, de la diligencia de sus padres, su salud, etcétera, que para que se respeten los derechos individuales tendrán que ser iguales, pues nadie aceptaría un sistema en que unos tienen más derechos que otros. Tenemos que aceptar que unos podrán tener más habilidades, inteligencia, fuerza física, apariencia y calidades derivadas de la naturaleza, es decir, desiguales oportunidades, pero nunca serían aceptados derechos desiguales, y por eso es importante definirlos. Piénselo: si se pretenden igualar oportunidades, necesariamente se desigualan los derechos para compensar.
Padecemos de una laguna cultural que ignora cómo funciona una sociedad libre, basada en el respeto a los derechos individuales. Se cree que nada puede funcionar sin el príncipe electo cada cuatro años. Ello a pesar de que tenemos el muy citado ejemplo del diario abastecimiento de alimentos de las ciudades, en el que espontáneamente, sin príncipe, las personas deciden qué sembrar, cuánto sembrar, dónde sembrar, cómo transportar y cómo distribuir todo al alcance de la demás gente, porque si no, no venderían. ¡Esa laguna se paga con pobreza!
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